Llovizna, intriga y suspenso
Llovizna (1977) es un thriller como pocos en la historia del cine mexicano. Por supuesto que se ha intentado explorar este género y ponerle la piel de gallina al espectador, pero con escasos resultados. Cineastas que nos lleven al filo del asiento como Sergio Olhovich, no se dan en macetas.
Ya de entrada, la imagen del póster promocional cumple lo que promete; al menos una noche de insomnio para digerir lo mostrado en pantalla. Una sola imagen: los ojos desorbitados de un hombre en el paroxismo del terror, mirando a través del retrovisor del auto que conduce. ¿Qué le sucede? ¿Lo persigue alguien? ¿Vio algo en la carretera? Aquí lo interesante es que ni lo uno, ni lo otro. Todo pasa dentro del mismo vehículo.
HISTORIAS PARALELAS
Llovizna se basa en el cuento homónimo del escritor Juan de la Cabada. Es un claro ejemplo de que el miedo, amalgamado por esas historias terroríficas que nos imaginamos y contamos a nosotros mismos, puede ser nuestro peor enemigo.
Al inicio de la película se desarrollan dos historias paralelas, en dos mundos muy diferentes que coinciden en un punto, para infortunio de varios de los personajes. Por un lado, Eduardo (interpretado por Aarón Hernán) es comisionista de ventas de partes para autos y tiene que viajar en su combi a otra ciudad por instrucciones de su grosero y tóxico jefe, a quien le urge el pago atrasado de unas facturas y lo quiere en efectivo. Una suma jugosa, por cierto.
Por otro lado, se desarrolla el drama de una familia de campesinos que vela a una niña. Eriza la piel escuchar a la abuela (encarnada por Isabel Vázquez) llorar desconsoladamente. El abuelo (Amado Zumaya) se limita a embriagarse para ahogar el dolor. Más tarde vienen la procesión y el entierro. Los tres varones (Salvador Sánchez, Carlos Chávez y Martín Palomares), además de las faenas del campo, son albañiles y no pueden demorarse más, ya que tienen que regresar a sus labores a la Ciudad de México.
Sergio Olhovich retrata lo cotidiano de forma muy natural: la caravana de dolientes cargando el cuerpo inerte a la intemperie, entre la polvareda, bajo un sol inclemente y seguidos por un perro desnutrido. Como punto final del entierro, solamente una rudimentaria cruz de madera clavada en la tierra.
En contraste, a Eduardo le va bien: tiene solvencia económica, se ve feliz junto a su pequeña hija y su esposa Patricia (Silvia Mariscal). La familia es aparentemente funcional, pero él le es infiel con Luisa (Delia Casanova). El muy coscolino hasta se la lleva de compañera en ese trayecto relámpago que se convierte en viaje de negocios-placer. Así, en otra ciudad y lejos del entonces Distrito Federal y de gente que los conozca, ni quien los moleste.
Todo parecería apostar a su favor. Eduardo logra cobrar el dinero en efectivo mientras disfruta de los arrumacos de su querida, pero un changuito de peluche colgante detona la discordia entre los amantes. A Luisa le llama la atención ese simpático y pequeño detalle que pende del retrovisor, y a Eduardo se le sale decir que fue un regalo de su esposa. Luisa se enfurece porque es evidente que compite por el amor del protagonista. Hace un berrinche y aborda un taxi rumbo al aeropuerto para regresar en avión a la capital, haciendo oídos sordos a las súplicas de su amante para que se quede.
Los planes y horarios de partida cambian para Eduardo, quien ahora viaja solo en su combi en medio de la noche.
Al mismo tiempo, los tres hermanos se dan cuenta de que perdieron el autobús de paso que los llevaría a la capital, y no les queda más remedio que ponerse a pedir aventón a la orilla de la carretera. Los acompaña su padre, quien desde el velorio no ha dejado de alcoholizarse. Cargan su itacate y alguna que otra pertenencia.
La urgente incorporación a sus labores de un día para otro, luego del funeral de su hermanita, habla de sus apuros económicos. No pueden darse el lujo de tomarse un par de días de luto más.
A Eduardo, mientras tanto, se le poncha una llanta en esa carretera tan oscura y desolada. En lo que intenta encontrar el daño en el neumático, se le aparecen estos hombres a quienes ve amenazantes, pero que le ofrecen su ayuda. A cambio, le piden ser llevados a su mismo destino. A regañadientes acepta. Es aquí donde converge lo que desatará el terror psicológico subjetivo. La llovizna se desata y los cinco viajeros ahí van, a la buena de Dios.
LA TENSIÓN
En el transcurso de la película, todo parece indicar que Eduardo será asaltado por los albañiles y que lo despojarán del dinero que lleva. En el peor escenario, le darán cran. Cargan con machete y a ratos hablan o cuchichean entre ellos en un lenguaje que el protagonista no entiende y, por si fuera poco, se pasan una botella de licor que acapara el más ebrio de todos, el patriarca, que va de copiloto y no para de hablar.
El beodo, entre necedad y necedad, insiste en que Eduardo, ya de por sí con los pelos de punta, le dé el consuelo de que esa lluvia constante no penetrará en la tierra al punto de anegar la tumba de su nieta. La animadversión del conductor hacia su ebrio copiloto crece, pero sus tres hijos indignados lo defienden.
Eduardo se arrepiente de haberles dado ride y en dos ocasiones intenta librarse de ellos, haciendo altos en el camino con la intención de encontrar ayuda y acusarlos de que su plan es robarle. Está seguro de ello, porque en una de esas paradas para poner gasolina, uno de los trabajadores que parecía ir dormido ve con asombro cómo se guarda fajos de billetes en la chamarra. Ni tardo ni perezoso, se lo comunica a sus compañeros (y en lengua indígena, para variar). La situación podría complicarse, ya que Eduardo trae una pistola.
La llovizna se convierte en aguacero y la combi se atasca en un tramo no pavimentado. Empujando, mientras se empapan y enlodan los pies, logran salir de ese contratiempo, aunque se suma otro: otras dos personas se enteran de que Eduardo carga con una cuantiosa cantidad de dinero en su chamarra.
El protagonista culpa a Luisa de ese viaje tan nefasto, ya que de no haber sido por su arranque de celos, otro gallo le cantaría. No estaría rumiando su suerte y con el alma en un hilo. Aunque uno de sus compañeros de viaje le insiste en que sólo son albañiles y su intención es llegar a tiempo para trabajar, no sabe si salvará su pellejo y saldrá vivo.
PREJUICIOS
La película en definitiva es una crítica social y aborda los prejuicios que pueden llegar a darse entre personas de entornos sociales y culturales distintos o que no se comprenden. Eduardo da por sentado que le van a “dar cuello” y su mente se encarga de atar cabos.
La fotografía de Llovizna es de Rosalío Solano, quien logra que el espectador experimente el miedo de los parajes nocturnos o la curiosidad por lo que se puede encontrar en alguna de esas paradas de viaje en carretera. ¿Cómo será la gente?, ¿amigable?
Sin caer en excesos o exageraciones, el director nos adentra a una trama llena de suspenso e incertidumbre. Una cinta no apta para cardíacos, pues hace crecer en el público la angustia que vive el protagonista.
¿Otra película recomendable de Sergio Olhovich? El infierno de todos tan temido, con las actuaciones de Manuel Ojeda y Diana Bracho. Ambos filmes se encuentran disponibles sin costo en la plataforma FilminLatino.