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La vida de Sixto Rodríguez es uno de esos casos en que la realidad supera la ficción. Su historia es la de un joven que, como tantas personas talentosas en aprietos económicos, tuvo que dejar de lado su sueño de ser músico para ganarse la vida de otra forma (en su caso, como albañil). Pero también es el relato de un modesto trabajador a quien la fama tomó por sorpresa, muchos años después de haber dejado de componer canciones.
Sixto Rodríguez nació en Detroit, Michigan, en 1942. Sus padres, migrantes mexicanos, habían llegado ahí en los años veinte, la época de mayor prosperidad de la ciudad. Albergaba las plantas de Ford, Chrysler y General Motors, y su complejo industrial Rouge River era el más grande del mundo. Su crecimiento económico la hacía un modelo a seguir a nivel global.
Sin embargo, para cuando Sixto Rodríguez alcanzó la juventud, poco quedaba de esa bonanza. La Gran Depresión de los años treinta y, décadas después, la crisis energética de los setenta, tendrían un fuerte impacto en el sector automotriz, del que dependía un gran porcentaje de la población. La automatización y la salida de varias compañías dejaron a miles de trabajadores sin empleo.
A la par, la urbe sostenía una tremenda segregación racial. La población afroamericana era constante blanco de acoso y violencia policial, su acceso a una vivienda digna era prácticamente nulo y la discriminación en lugares públicos era pan de cada día.
Con su voz desgarbada y sencillos (pero contundentes) arreglos de guitarra, Sixto Rodríguez retrató la vida de la clase trabajadora de Detroit al momento de la decadencia de la ciudad. Con su voz desgarbada y sencillos (pero contundentes) arreglos de guitarra, Sixto Rodríguez retrató la vida de la clase trabajadora inmersa en esa decadencia. Sus letras reflejan la desesperación del individuo que lucha por sobrevivir en la jungla de asfalto: adicciones, pobreza y soledad se conjugan en filosas críticas a las estructuras sistemáticas que, a la fecha, siguen perpetuando la desigualdad.
“No me cuentes de tu éxito / ni de tus recetas para la felicidad / Fumo en la cama / nunca pude digerir esas ilusiones que dices tener”, sentencia en Rich folks hoax (El engaño de los ricos), un tema que cuestiona el discurso meritocrático tan propio del capitalismo.
LOS ACORDES DE LA DECADENCIA
Cada una de sus canciones encarna a un personaje diferente. Sixto tenía la habilidad de contar la historia de las vidas anónimas que habitan toda ciudad sombría. Sugar man (Hombre azúcar) se desarrolla desde la perspectiva de un adicto que espera con ansias la llegada de su dealer para evadirse de la abrumadora realidad que lo rodea: “Hombre azúcar, ¿te apurarías? / porque estoy cansado de estas escenas / Por una moneda azul ¿devolverías / todos los colores a mis sueños?”.
Street boy (Niño de la calle) da voz a un hombre que intenta convencer a un chico de dejar de malgastar su tiempo. Le reprocha que solo llega a casa a comer y dormir, y el resto del día lo pasa vagando sin rumbo. Sin embargo, con ternura, le dice “te hace falta amor y comprensión / no esa vida sin salida que estás planeando”. El tema cierra con una estrofa que evoca una escena conformada por un niño rebelde rehuyendo a las verdades dichas por un adulto que evidentemente ha visto vidas arruinadas: “Antes de que te levantes y empieces con tus actitudes / apuesto que nunca encontrarás ni conocerás / a ningún chico de la calle que haya vencido a las calles”.
El panorama oscuro que Rodríguez pintaba con sus palabras contrasta con la luminosidad de su voz y de su instrumento. Esa atmósfera sonora da la impresión de que sus personajes, a pesar de estar inmersos en la dificultad, nunca se entregan a la derrota. Por el contrario, hace pensar más en seres aguerridos que, en el fondo, tienen algo de esperanza.
Su lírica y sus ritmos con una fuerte base de blues pudieron haberlo convertido, en palabras del productor Dennis Coffey, en el próximo Bob Dylan, a quien no le pedía nada en términos de composición. En ello coinciden quienes escucharon a Rodríguez a inicios de los setenta, cuando tocaba en pequeños bares de Detroit. Sin embargo, no fue así. Acaso las palabras que cantaba el mexicano-descendiente eran demasiado crudas en comparación con el resto de la música de denuncia social que se había popularizado a partir de los sesenta.
O tal vez en ese entonces la radio no estaba lista para darle voz en el género folk a alguien de piel morena, ni el público estaba preparado para aceptarlo. En una entrevista para la revista Rolling Stone, el cantautor rememora con desagrado aquella vez que un productor intentó “blanquear” su nombre proponiéndole el alias de Rod Riguez, para que su origen latinoamericano no fuera tan evidente.
Sea lo que sea, es un hecho que sus dos álbumes de estudio, Cold fact (1970) y Coming from reality (1971), fueron un fracaso en ventas. Tras ser despedido del sello discográfico Sussex Records, dio por finalizada su carrera musical y dedicó las décadas siguientes a realizar trabajos de construcción para sostener a su familia.
MÚSICA QUE ATRAVIESA OCÉANOS
El aleteo de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo, reza el proverbio chino. Las alas de Sixto Rodríguez, efectivamente, resonaron a través del océano. Por coincidencias que todavía no han sido aclaradas por completo, su música alcanzó gran popularidad en Australia y Sudáfrica.
El caso de este último país es particularmente interesante, pues los álbumes de Rodríguez se difundieron durante el Apertheid, una serie de leyes y prácticas políticas que reforzaban la segregación racial, desplazando a gran parte de la población noblanca a zonas menos favorecidas, limitando su educación, disminuyendo sus oportunidades laborales e incluso despojándola de su nacionalidad.
Quienes sufrían las consecuencias del Apertheid seguramente se identificaron con el espíritu contestatario del cantautor de Detroit, e hicieron de sus canciones un himno para resistir la opresión a la que estaban sujetos. A pesar de que la mayor parte de su música se distribuyó mediante la piratería, sus ventas alcanzaron el nivel de disco de platino.
Sin embargo, Rodríguez pasó décadas sin saber de su éxito en aquel país sometido al aislamiento. Sobra decir que no vio un solo peso de las regalías que le correspondían, pero su vida dio un vuelco cuando dos fans sudafricanos decidieron seguirle la pista en 1998, una vez finalizado el Apertheid. Querían, al menos, saber cómo había fallecido, porque allá la gente tenía varias versiones: decían, por ejemplo, que había muerto de una sobredosis o, incluso, prendiéndose fuego sobre un escenario.
Una de las hijas de Sixto dio con una página web donde el par de admiradores pedían informes de su ídolo. Ella los contactó y les hizo saber que estaba vivo. El entonces albañil vivía en una sencilla casa con escasas posesiones, pero, una vez que lo contactaron, una cosa llevó a la otra y terminó dando una gira por Sudáfrica con el éxito de un rockstar que ha marcado varias generaciones. Para quienes fueron a sus conciertos era como si Elvis Presley hubiera vuelto de la muerte.
El documental Searching for Sugar Man (2012), ganador del Oscar, cuenta la aventura que implicó la búsqueda de Sixto Rodríguez desde Sudáfrica. La extraordinaria historia hizo que por fin Estados Unidos volteara a ver al compositor que había despreciado hacía más de cuarenta años, y entonces comenzaron a gestarse más giras.
Según el portal Celebrity Net Worth, la suma total de dinero y activos que poseía el cantautor era de cinco millones de dólares al momento de su muerte, ocurrida el 8 de agosto del presente año. Sin embargo, como constatan sus hijas en entrevistas a diversos medios, jamás hizo uso de sus millonarias ganancias para darse lujos. Acostumbrado a vivir humildemente y con una personalidad más bien apática hacia lo material, decidió que todo lo heredaría a su familia y a los amigos que lo apoyaron a lo largo de su vida. Cualquiera que lo hubiera visitado pensaría que jamás dejó de ser el obrero sabio que “fracasó” como músico.