Certezas que excluyen
Unos más, otros menos, pero todos comulgamos con ruedas de molino y no solo en materia religiosa. Seguimos aceptando mucho de lo que nos inculcaron desde la infancia y estamos prontos a defender las creencias con las que crecimos. Pareciera que constituyen parte consustancial de nuestra identidad y de nuestro valor como seres humanos. Por eso, las creencias se defienden a toda costa y se trata con recelo, y hasta con franca hostilidad, a quien se atreva a cuestionarlas.
No hay creencia que sea tan absurda que carezca de adherentes. Hay quien bebe sus orines todos los días en aras de mejorar su salud. Hay quien consulta fervorosamente horóscopos, porta amuletos y se somete a tratamientos ridículos y a terapias absurdas. Y no se piense que esa credulidad es ajena a ámbitos académicos. Varias universidades ofrecen cursos y hasta organizan congresos sobre disciplinas y materias carentes de todo fundamento científico.
¿Causas? En primer lugar, las patrañas y la charlatanería son atractivas para el grueso de la población y las instituciones educativas pueden lucrar con ello, fortalecer sus fondos con los ingenuos dispuestos a pagar, pero además —y no lo dude— existen directivos universitarios que aceptan la veracidad y están convencidos de la pertinencia y utilidad intrínseca de esas disciplinas aunque las mismas no resistan el menor análisis con una metodología seria, pues son viles pseudociencias. ¿Ejemplos? Entre otros muchos, el eneagrama, las constelaciones familiares, la terapia de vidas pasadas, la numerología, la magnetoterapia y la biodecodificación.
Si todo fuera una cuestión de gusto no habría mayor problema, sobre todo en asuntos de poca monta. Por algo, pensadores de hace siglos se apegaban al sabio adagio De gustibus nos dispuntandum. Y hacían bien porque ¿qué caso tiene pelearse por asuntos que son de mero gusto? En gustos nada escrito. Es el legítimo reino de la subjetividad. No obstante, hay creencias que ocasionan un enorme daño y hasta pueden llevar a la muerte. Personas con graves enfermedades que requieren con urgencia tratamientos serios son embaucadas por charlatanes que les venden panaceas. Algunos pacientes abandonan su tratamiento médico y lo sustituyen con productos de supuestas propiedades milagrosas. Aunque inefectivos, esos productos son caros. Lo común es que la persona pierda tiempo, dinero y la vida misma. Y por supuesto habrá todo tipo de excusas y pretextos ante el fracaso del tratamiento. Los charlatanes son tan elocuentes que convencen a los deudos que el tratamiento tuvo grandes beneficios, aunque sea en otro plano, uno superior e invisible, el plano metafísico. Y así el negocio del embuste sigue prosperando. Su publicidad inunda los medios masivos tradicionales y desborda ya también las redes sociales. Es una inversión que paga altos dividendos.
En cuestiones políticas, individuos y familias tienen asimismo creencias arraigadísimas que es casi imposible cambiar sin importar lo que ocurra. El voto duro desafía a la lógica y al sentido común. Para los partidarios, las crisis, problemas y fallas siempre serán de naturaleza exógena. El bien total siempre corresponderá al líder amado y a su justo movimiento, mientras el mal en términos absolutos estará encarnado por sus desalmados y mezquinos adversarios, enemigos de la patria y de la humanidad entera. Y si ellos presentan pruebas de sus señalamientos, se descartarán en automático. Son latosos emisarios del pasado quienes en defensa de sus privilegios calumnian y divulgan infundios.
Hay una buena dosis de pensamiento mágico. Por eso se cree que los recursos son ilimitados y el progreso está garantizado. Pareciera que todo es cuestión de fe y de adhesión incondicional al líder. La buenaventura se decreta. Los que no compartan esa certeza merecen ser excluidos sin piedad. Los partidarios acérrimos afirman tajantemente que el lugar de todos los otros es el basurero de la historia. Sin duda son obstinados. No obstante, la realidad es más obstinada. Y aunque el dormir puede prolongarse, invariablemente llega la hora del despertar.