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Check-in en el Hotel del Universo de Jorge Ortega
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Check-in en el Hotel del Universo de Jorge Ortega

Este poemario, escrito por Jorge Ortega, lleva al lector a recorrer el trayecto de Arthur Rimbaud a Etiopía, pero expandiendo las implicaciones de la travesía y la búsqueda de lo lejano.

ALFREDO CASTRO

La turbulencia es necesaria en cualquier viaje. Es, acaso, lo que aviva el ímpetu por llegar a un destino. Queda un rastro de nosotros en el trayecto, algo que se desprende y no podemos devolver al equipaje. Hay un magnetismo en todo lo lejano que nos convoca a lo recóndito; nos mueve, sin saberlo, a un campo de desconocidos. La orientación y el sentido de pertenencia se suspenden cuando uno se compromete con la travesía. La incertidumbre propone nuevas formas de avanzar hacia lo impensable. Toda exploración es un llamado del cosmos, una forma de abandonar las fronteras; es un llamado de África para Rimbaud. El relieve de la Tierra no está hecho sólo para andar a pie; hay lugares a los que se accede únicamente en el vehículo de la poesía. 

Hotel del Universo es un libro que, a su manera, recrea el trayecto del poeta Arthur Rimbaud hacia Etiopía, pero que extiende mucho más sus límites, creando una amplitud inventiva y sorprendente que enlista a su lector en esta excursión atemporal. Se trata de un viaje con muchas bifurcaciones y un entramado muy complejo de destinos. Su autor, Jorge Ortega, crea un nuevo campo de visiones donde el lenguaje tiene alcances indefinidos. La obra fue escrita con el apoyo del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México, obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2022 y fue publicada por Mantis Editores en 2023.

CREACIÓN, HUIDA Y TURBULENCIA

En el primer acto de Hotel del Universo se establece comunicación con una fuerza creadora. En paralelo al Génesis, la voz poética avanza con cierta cautela en terrenos que recién se forman. El autor ordena la creación del Universo y atestiguamos cómo se trazan por primera vez las formas de la totalidad. Esta concepción es, al mismo tiempo, espiritual y cognitiva. Dentro de uno nace el deseo por alcanzar estos perímetros recién definidos, por reconocer lo que encierran.

Los textos se acomodan en el aislamiento y hay un deseo latente por escapar. Padecemos la soledad de la creación y la nostalgia por el principio desierto del todo. Se camina a ciegas, tanteando la inestabilidad del suelo. La certeza todavía no se ha moldeado por completo. “El imán de la epopeya te saca de la órbita y encauza, albergue tras albergue, a las fauces de un incógnito paralelo”.

Para concluir esta sección, el poema “Punto de fuga” funciona como un primer paso a lo intrigante, una especie de tratado que promueve la huida y que dicta los requerimientos para una ruta desconocida. “Solo habrán de cruzarse contigo los que rompen contrato con un empleo seguro y quieren lanzas con el yugo parental, los que acometen sin equipaje un prolongado itinerario y estén prestos a largarse por carreteras secundarias, donde instauran su heredad los comandos del crimen”.

Para el segundo acto, llamado “Carlópolis”, estamos atentos a las condiciones climáticas que se presentan en la travesía. La nieve, el viento, la bruma y la lluvia configuran nuevas formas de avanzar. Esta parte del trayecto ocurre sobre todo en el mar, lo que nos pone a expensas de la velocidad del oleaje. El autor desentiende la división del agua y el cielo y comienza una búsqueda de objetos perdidos en los azules remotos. De algún modo, el primer contacto con el océano deslava el lugar de nacimiento, el origen y la patria, adentrándonos a una especie de naufragio sobre una sustancia que se siente desconocida.

Más adelante, el poemario se ubica en el Canal de Panamá. Esta es una parte curiosa, ya que permanece todavía en los primeros tramos del camino, pero aun así se acentúa una especie de sondeo del futuro. Se enumeran planes y alternativas para continuar. La suerte, en este caso, tiene un papel preocupante. Hay predicción de fracasos y augurio de derrotas. El texto genera una obsesión por la palabra Panamá y renueva su significado por el de un lugar de extravío, una cancha diseñada para el vencimiento de los visitantes.

MERCADO ADVERSO

Para este punto, la obra ha sabido entretejer los destinos y ha tenido la facultad de hacer vibrar esa cuerda que conecta el misterio del Universo con un cuarto alquilado, las antípodas de un aparente extravío “Porque fuera de la almohada el cubilete de las cosas te desdice, los tumbos del azar que graban en la banda de los plexos las runas del desgaste”.

Los textos concluyen en los pliegues del traslado; el libro propone un desfase del tiempo que nos convierte en locatarios y foráneos al mismo tiempo: “Que estés donde ella ha estado, que esté donde estuviste. Nada se fue acullá y andaba solo arrebujado en las bruscas arrugas del espacio. Enclavas de la memoria, memoria del santiamén que refresca de un brochazo la iconografía de esa taberna verde, su indeleble frontispicio”.

El cuarto acto, titulado “Dólar de arena”, aprovecha cierto lenguaje de la economía para vislumbrar un trueque siniestro: propone un intercambio en la rúbrica de lo inoportuno. En esta sección hay preocupación por el porvenir, las predicciones y los pronósticos; predispone a una situación de mercado adverso.

El discurso de los poemas procura facturar, con ímpetu herrero, una armadura que proteja de la contingencia del mercado. En “Cuenta de pérdida y ganancia” nos encontramos con versos que representan un resumen de ingresos y honorarios en la empresa lírica que es la voz de Jorge Ortega. Se trata de un texto que sugiere la ruta alternativa y el desentendimiento de todo trámite mercantil, de todo resumen de saldos a favor y en contra.

DE ALQUIMIA Y FORASTEROS

En el último tramo de este volumen nos encontramos con la sección “Ciencia burda”, la cual sirve como punto de encuentro entre elementos. Como los títulos lo van indicando (Agua-Fuego, Fuego-Metal, Metal-Madera), los textos atienden la interacción expansiva entre dos sustancias. Es esta, tal vez, la parte más densa de la obra porque estamos ante una exploración de reacciones químicas y de lenguaje. La naturaleza se siente alterada por la divagación y la inquietud de las imágenes.

Otro rasgo a considerar es que los poemas no tienen un final evidente. Por supuesto, esto no se debe a algún descuido del autor. Ocurre que parecieran negarse a la conclusión. Al tener cierta fijación en lo experimental, de a poco van revelando una preocupación por la escritura. Las ideas que orbitan en torno a los objetos que entran en contacto con quien escribe y padece la incapacidad de abarcarlo todo, las palabras que no llegan, los recursos con los que no se tiene reparo. Ortega propone la conjetura de lo impensable, por eso esta zona del poemario también se siente como laboratorio: “Quien se agacha sobre un pupitre a borronear en un pequeño cuaderno azul libera en un periquete las aves del zoológico”.

El libro toma un carácter de crónica donde se instala un “tú”, un personaje sometido a una amplia enumeración de eventos dichosos y trágicos. Nos coloca en las escenas de cierta historia, en la historia de Rimbaud, en una travesía que comienza mar adentro y desemboca en los cauces del cosmos, en un puerto de una galaxia inexplorada. Hotel del Universo es un edificio de alojamiento para los elegidos y para los iniciados, no en la poesía sino en la contemplación del zodiaco, para quienes se adentran en lo lejano y tomaron el mapa de un viaje que no les corresponde. Hay un cuarto para los seducidos por el exilio. Este no es un lugar para descansar, es apenas una parada en el largo tramo de las búsquedas. El hotel sólo admite forasteros.

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