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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Don Chinguetas, ya lo conocemos, es un marido tarambana. Su debilidad es el llamado sexo débil, que bien vistas las cosas es en verdad el sexo fuerte. En cierta ocasión su esposa, doña Macalota, llegó de un viaje antes de lo esperado, y sorprendió a su casquivano cónyuge practicando el H. Ayuntamiento con una estupenda morena de turgentes formas. Todo indicaba que don Chinguetas tenía familiaridad con ella, pues le decía cosas como “mamacita”, “prieta santa” y “cochototas”. Antes de que la indignada señora pudiera articular palabra habló el descarado follador: “El médicome prohibió el cigarro y el alcohol, pero esto no me lo prohibió”. El técnico del equipo de futbol le dijo a Himenia, célibe madura: “Es cierto, señorita: a veces vendemos a nuestros jugadores. Pero sólo a otros equipos”. Dos salmones se esforzaban penosamente en remontar un caudaloso río de Alaska. Le dijo uno al otro con indignación: “¡Joder! ¿Por qué no podemos reproducirnos corriente abajo?”. El artista que labró en piedra el Calendario Azteca lo terminó después de cinco años de arduo trabajo. Orgulloso, le mostró su obra a un amigo. Lo vio éste y le dijo al escultor. “Te equivocaste. Septiembre tiene 30 días”. Al salir de la pirámide el arqueólogo pisó una caca de camello. “¡Cielos! -exclamó consternado-. ¡La maldición está empezando a cumplirse!”. He recordado aquí al tío Laureano, pintoresco personaje del norte de Coahuila, mi estado natal. Sus ocurrencias dejaron perpetua memoria, y se siguen relatando como muestra del sabroso ingenio de nuestra gente. Al igual que con Homero, siete ciudades se disputan el honor de haber sido el lugar donde el tío Laureano vio la luz primera, pero todo indica que Nava fue su cuna, y el sitio donde vivió. Cierto día iba con su esposa por la calle principal del pueblo, y frente a la plaza se toparon con un compadre que los saludó gustoso. “¿Dónde andaban? les preguntó-. Se me habían perdido”. “Fuimos a una boda en San Antonio” -respondió el tío. “¿Qué tal estuvo?” -quiso saber el compadre. “Muy bien -contestó don Laureano-. Asistimos unos 20mil invitados”. “¡Caramba!se sorprendió el otro-. Debe haber estado grande el salón de recepciones”. “Como de aquí a la sierra aquella” -replicó el tío. “¿Y el pastel? -dijo el compadre-. Seguramente fue muy grande también”. Don Laureano volteó a ver el kiosco de la plaza, como para hacer una comparación. Le dijo su señora: “Tantéyate, Laureano, porque luego no vas a tener cuchío pa’ partirlo”. En su informe, documento con más mentiras que las que en toda su vida contó el barón de Münchhausen, afirmó López Obrador que el sistema de salud de México es mejor que el de Dinamarca. Tantéyate, Laureano. Un predicador le dijo a otro: “Seamos justos, Wicle. ¿Te has puesto a pensar dónde estaríamos nosotros de no ser por el pecado?”. El gran dramaturgo griego Sófocles estrenó su tragedia “Edipo Rey”, en la cual narra el fatal destino de ese infortunado monarca de Tebas que asesinó a su padre sin saber que lo era, y luego, ignorante también de su origen, desposó a su madre. Cuando tuvo conocimiento del horrible crimen y el espantoso incesto que había cometido se castigó a sí mismo sacándose los ojos. Al término de la dramática representación un griego le comentó a otro: “Supongo que la obra es buena, pero uno viene al teatro a divertirse”. El guardián del cementerio se conmovió al ver a un hombre que se abrazaba a una lápida y gemía desconsoladamente al tiempo que clamaba con desesperación: “¿Por qué te fuiste? ¿Por qué te fuiste?”. Le preguntó: “¿Es la tumba de su esposa?”. “No -respondió entre sollozos el sujeto-. Es la tumba del primer marido de mi mujer”. FIN.

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