Don Languidio desahogaba una urgencia menor. Le reclamó a su decaída parte: “Me echaste a perder muchas noches ¿y ahora me echas a perder los zapatos?”... El granjero recibió en su casa al viajante de comercio. Le dijo: “Puede usted dormir con la bebita o en la bodega”.El visitante, claro, escogió dormir en la bodega. Al día siguiente apareció una joven de agraciado rostro y esculturales formas. “Soy la Beba -le dijo al vendedor-, pero todos me llaman la Bebita. ¿Usted quién es?”. Respondió, mohíno, el individuo: “Soy el pendejo que pasó la noche en la bodega”. Don Chinguetas no tiene remedio. Su afición a las damas es sumamente criticable si se considera que el casquivano señor está casado por las dos leyes. Hace unos días su esposa, doña Macalota, llegó al domicilio conyugal en hora desusada, pues a causa de un dolorcillo de cabeza abrevió sus ejercicios de gimnasio, y lo halló en la alcoba celebrando el consabido trance de la naturaleza con una rubia poco natural, pero de frontis abundoso y prominente caderamen. Con justificado enojo la señora encaró a su infiel marido: “¿Cómo explicas esto?”. Replicó don Chinguetas: “Es que traes tenis, y no te oí llegar”. (Peregrina explicación es ésa, si me es permitido opinar. Se parece a la que dio el sujeto a quien el juez le preguntó severo: “¿Cómo puede usted tener dos esposas, una aquí y otra en el pueblo vecino?”. Explicó el bígamo: “Tengo bicicleta”). Empédocles Etílez llegó a su casa cuando amanecía ya, y en competente estado de ebriedad. No sólo eso: en cada brazo traía colgada a una mujer, ambas de sinuosas curvas y estupenda anatomía. En el derecho una morena de ojos verdes y cabellera bruna; en el izquierdo una pelirroja cuya fogosidad se adivinaba con solo ver su llameante melena ensortijada. La esposa de Empédocles miró a las féminas y le dijo a su consorte: “Carajo, ¿por qué no puedes venir simplemente borracho, como los demás maridos?”. Una mujer acudió a la clínica de especialidades médicas y se dirigió a la recepcionista: “¿Hay aquí un ginecólogo siquiatra?”. Respondió la chica, desconcertada: “Hasta donde sé no existe esa especialidad. ¿Por qué busca usted un ginecólogo siquiatra?”. Explicó ella: “Es que cuando me tocan ahí me vuelvo loca”. De sobra conocemos a Capronio. Es un sujeto incivil, inurbano, desconsiderado y ruin. Su patrón pasó a mejor vida, y uno de los compañeros de oficina le preguntó a Capronio: “¿Vas a ir al velorio del jefe?”. “No -respondió el majadero-. Antier fui al futbol, y ayer al cine. Ya es demasiada diversión”. Pepito se presentó en la penumbrosa sala donde su hermana estaba con el novio. Les dijo: “Había aquí tanto silencio que pensé que era hora de venir a buscar 50 pesos”. En la barra del conocido Bar Ahúnda un sujeto entabló conversación con una dama de apreciables atributos físicos que bebía ahí su calimocho. El calimocho es una bebida hecha por partes iguales de vino tinto -barato, por supuesto- y refresco de cola. Esa combinación es muy popular en España, y empieza a estar de moda en México pese a la pausa de las relaciones entre los dos países. Le comentó el tipo a la mujer: “Me dedico a las relaciones humanas”. “¡Qué coincidencia! -exclamó ella, alegre-. ¡Yo me dedico a las relaciones íntimamente humanas!”. Don Cucoldo habló con su esposa: “He oído que me estás engañando con un radio operador”. Respondió al punto la señora: “Negativo. Cambio y fuera”. En el club nudista la guapa chica le dijo con acento de reproche al nuevo socio: “Caramba, don Heréctor, creo que está usted teniendo malos pensamientos”. FIN.