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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Aquellos náufragos llegaron a una isla que parecía desierta. Caminaron por la playa y se toparon con dos que semejaban enormes tiendas de campaña en forma cónica unidas entre sí. Uno de los náufragos le dijo a su compañero: “Me temo que estamos en la Isla de las Gigantas. Aquí dice: ‘Brassiére. Talla pequeña”. Dos recién casadas fueron a tomar el té en un café. Una de ellas se veía pesarosa, afligida, tribulada. “¿Qué te sucede?” -le preguntó la otra-. ¿Por qué te ves así?”. Respondió: “Me apena decírtelo, pero pesqué a mi marido haciendo el sexo”. “¿Y eso te preocupa? -replicó la amiga-. Yo pesqué al mío con la misma táctica”. “La cultura es muy mona”. Esa frase la atribuyó el afilado Salvador Novo a una dama de buena sociedad. Hay quienes, en efecto, consideran a lo cultural como adorno superfluo del cual se puede prescindir sin parpadear. A la cultura, sin embargo, le cuadra bien lo que Antonin Artaud dijo acerca de la poesía.: “No sirve para nada, pero sin ella no podríamos vivir”. Tanto la cultura como la educación superior vieron disminuidos sus presupuestos por la administración de Claudia Sheinbaum. Es bien conocida la idea según la cual los regímenes autoritarios buscan tener un pueblo inculto e ineducado como medio para imponer su dominio y ejercerlo sin ninguna restricción. No creo que en México los actuales dueños del poder lleguen a ese extremo, pero pienso que el dinero que restan a las tareas educativas y culturales lo necesitan para mantener las dádivas con que mantienen cautiva a la clientela electoral que les dio el triunfo en las urnas, lo mismo que para cubrir el déficit dejado por López Obrador con sus absurdas e incosteables obras y el desorbitado endeudamiento de Pemex y la CFE. Para colmo, empiezan a manejarse ya en el sexenio actual, tan parecido al anterior, proyectos cuya viabilidad es dudosa, como el de los trenes de pasajeros. Los estudios que con ingente costo se harán a ese respecto deberán ser serios y, sobre todo, apegados a la verdad. No se trata de cohonestar con ellos una ocurrencia más de la 4T. Se trata de ver si los recursos derivados del trabajo de los mexicanos son aplicados correctamente. Orientar en forma debida el gasto público es obligación de los funcionarios. En cambio darles por su lado a los poderosos es una forma de corrupción tan reprochable como el robo de dineros pertenecientes al erario. Todo indica que la economía nacional está prendida con alfileres, y que los alfileres se están cayendo uno a uno. Quizá será necesario llamar a un estudiante de secundaria para que administre esa economía. Seguramente lo hará mejor que quienes ponen la política por encima de la administración. El recluta le contó a un amigo lo que le sucedió cuando iba a hacer su primer salto en paracaídas. “En el momento de saltar me invadió el pánico -narró-. Recordé a los paracaidistas norteamericanos de la Segunda Guerra, que ganaban dos veces más sueldo que los demás soldados por los grandes riesgos que corrían, uno de ellos, el más temido entre ellos, que no se abriera su paracaídas, a lo cual daban el nombre irónico de roman candle, vela romana, por la forma en que se veía, colgado de su paracaídas sin abrir, el que caía vertiginosamente hacia una muerte cierta”. “Interesantes datos -se impacientó el otro-, pero ¿qué te sucedió cuando te invadió el pánico en el momento de saltar?”. Relató el primero: “El sargento, un hombrón de dos metros de estatura y 180 kilos de peso, me amenazó: ‘Si no saltas abusaré de ti aquí mismo’”. “¡Qué barbaridad! -se consternó el amigo-. ¿Y saltaste?”. “Sí -contestó el recluta-. Unos 30 centímetros”. FIN.

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