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Estado 51

CARLOS CASTAÑÓN CUADROS.-

El león cree que todos son de su condición. Ufano, ostenta su fuerza, se impone. Sin embargo, no siempre usa el poder. Basta con su rugido o su mirada amenazante. La sola presencia es el mensaje. De cierta manera, nos encontramos otra vez en el mismo punto, aunque con la variante de un Donald Trump recargado. Ya lo conocemos, apuesta alto, gusta de bravatas e insultos. Los vecinos y socios, le parecen poca cosa, no obstante, la inercia económica para Canadá, Estados Unidos y México. Por lo pronto, el mandatario estadounidense grita que subirá los aranceles hasta el 25 por ciento. Según su visión, Estados Unidos "subsidia" a ambos países. Más al norte está el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, quien se apersonó con el león hasta su terreno en Florida. Preocupado por la combinación de un déficit económico y próximas elecciones. Entre broma y broma, Trump sugirió a su homólogo resolver el problema de una manera sencilla. Anexar ese país como el estado 51 de la Unión Americana. La sola idea para Canadá fue humillante, siendo un país donde sus políticos se sienten superiores a México, y hasta les indigna la comparación. Ante la mínima amenaza, se muestran como son, aunque su vecino los desprecie.

El juego cambió. Mientras unos llegan, otros se van, y algunos más se aferran con todo al poder. Impopular y contrario a las causas sociales en Francia, el presidente francés, Emmanuel Macron se agarra de donde puede. Sin mayoría, pero tampoco con capacidad para formar un gobierno, trata de mantenerse, aunque no cumple los acuerdos. El último primer ministro le duró tres meses, ya es el segundo. Por ahora, queda la duda si el mismo presidente durará, aunque él quiere terminar su mandato en 2027, sin importar que va a ningún lado. La derecha y la izquierda están unidas en su contra. Tiene los días contados. Aunque eso sí, echó la casa por la ventana con la reapertura de la catedral de Notre Dame, emblema e identidad francesa. Sólo ganó algo de tiempo.

Al otro lado del mundo, el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol, provocó una crisis política con tal de quedarse en el poder, pese a los escándalos de corrupción. Pretendió una ley marcial para mantenerse en el poder con el ejército en las calles. La medida resultó contraproducente, y aunque sobrevivió a la moción de censura para retirarlo del cargo desde el congreso, su presidencia quedó ante los ciudadanos sin legitimidad. Si la sociedad de ese país es consecuente con su tradición democrática y legalista, el fallido presidente podría terminar en la cárcel. Intentó la vía de las armas para seguir en el poder, pero la misma población se encargó de repudiarlo en las calles. Para la historia, quedó la imagen de una valiente joven, Ahn Gwi-ryeong, confrontando a un soldado armado. Frente al fusil en su pecho, no se arredró. Tomó el cañón del arma, como quien toma el toro por los cuernos. "¿No te da vergüenza?", gritó la joven legisladora al soldado. La escena representó un triunfo pacífico frente a los abusos del poder. Por lo pronto, queda la tensión en las calles por un gobernante que no quiere irse.

En el peor de los casos, una rebelión armada consiguió derrocar al presidente sirio Bashar al Assad, dictador por herencia familiar. Su padre, Háfez al-Assad, llegó a la presidencia de Siria tras un golpe de estado en 1971. Sólo dejó el poder hasta que murió en el año 2000. Luego vino su hijo, elegante y educado como todo un "occidental" en Londres, para gobernar de manera cruenta su país, bajo esa larga tradición donde el hijo es peor que el progenitor. Después de la Primavera árabe en 2010, las protestas llegaron a Damasco al siguiente año. Para mantener el poder, Bashar al Assad reprimió a su propio pueblo, lo que derivó en una larga guerra civil intermitente. En consecuencia, vino una dramática migración de sirios a Europa. En el camino de la desesperación, muchos migrantes murieron ahogados por intentar un futuro mejor. Finalmente, los rebeldes se impusieron por las armas y el envalentonado gobernante huyó a Rusia.

Bien lo dijo el escritor irlandés, George Bernard Shaw: "Los políticos son como los pañales, deben ser cambiados con frecuencia y por la misma razón".

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