Harry Bertoia con sus piezas de Sonambient. Imagen: Sotheby's
La escultura, a lo largo de la historia, ha cumplido funciones esenciales en la expresión artística de la humanidad. Desde las estatuas ceremoniales y totémicas de las civilizaciones antiguas hasta las formas abstractas y conceptuales del arte moderno, las esculturas han servido como vehículos de significado, identidad y emoción. Paralelamente, la música ha desempeñado un papel fundamental en la comunicación y en la creación de experiencias emocionales y espirituales. Desde los primeros instrumentos de percusión hasta las complejas composiciones sinfónicas, la música ha acompañado y enriquecido la vida humana. Si bien es difícil determinar cuál de estas formas de arte surgió primero, ambas han coexistido y evolucionado conjuntamente, influenciándose de manera mutua.
La escultura sonora emerge como una innovadora intersección entre la forma visual y el sonido, desafiando y expandiendo las fronteras de lo que puede considerarse una obra de arte, pues se distingue por su capacidad de envolver al espectador en una experiencia multisensorial. No se trata sólo de contemplar una figura estática, sino de interactuar con un entorno dinámico donde los elementos acústicos juegan un papel crucial, transformando la percepción del espacio y del tiempo.
PRIMERAS MANIFESTACIONES
Las raíces de la escultura sonora se remontan a los primeros tiempos de la humanidad, donde objetos rituales-musicales surgieron como expresiones primordiales de la creatividad humana. En esta categoría caben desde las flautas de hueso de la era paleolítica hasta los idiófonos —instrumento cuyo sonido se genera a través de la vibración de su material primario— de la Edad de Bronce. Estos objetos reflejaban la estética de su tiempo y evocaban un sentido de conexión espiritual y emocional con el cosmos y con las fuerzas naturales que los rodeaban.
Dichas raíces resuenan en la práctica de la escultura sonora moderna. Creadores contemporáneos continúan explorando y reinterpretando estos conceptos ancestrales, buscando tanto preservar las tradiciones antiguas como adaptarlas y transformarlas para los desafíos y las sensibilidades del mundo actual.
Los primeros tambores, flautas y otros instrumentos musicales tallados en hueso, madera y piedra eran herramientas rituales. A menudo se adornaban con tallas y decoraciones que reflejaban la cosmovisión de la comunidad, integrando así lo visual y lo auditivo. Sus primeras manifestaciones pueden verse en las cuevas de la Edad de Piedra, donde se han encontrado flautas de hueso de más de 35 mil años de antigüedad.
INTEGRACIÓN DE MATERIA Y SONIDO
Durante la Antigüedad clásica, la integración de formas escultóricas y sonoras se profundizó. Los griegos, en particular, prestaron gran atención a la acústica de sus espacios de actuación, creando anfiteatros que permitían que el sonido viajara de manera clara y efectiva.
Además, los instrumentos musicales de la época, como las liras y las flautas, a menudo eran decorados con intrincados diseños que daban cuenta de la habilidad artística de sus creadores. Estas decoraciones no sólo servían como adornos, sino que también influían en la resonancia y el tono del instrumento.
El Renacimiento y el Barroco, por su parte, marcaron un periodo de evolución significativo para los instrumentos decorados, donde la estética y la funcionalidad se entrelazaban de nuevas maneras. Durante el Renacimiento, se convirtieron en verdaderas obras de arte. Los lauderos y fabricantes de instrumentos de la época se enfocaban en la calidad del sonido y en la belleza visual de sus creaciones. Violines, vihuelas y clavecines eran ricamente decorados con marquetería, incrustaciones y pinturas, que mostraban el estatus y la riqueza de sus propietarios. En el periodo Barroco, la opulencia y el detalle minucioso se convirtieron en una característica distintiva de los instrumentos musicales, integrando aún más la escultura y el sonido en una unidad cohesiva.
VANGUARDIAS Y NACIMIENTO DE LA ESCULTURA SONORA
El siglo XX vio el nacimiento de la escultura sonora como una forma de arte reconocida, impulsada por los movimientos vanguardistas como el futurismo y el dadaísmo, que desafiaron las normas tradicionales del arte y exploraron nuevas formas de expresión.
El futurismo, surgido en Italia a principios del siglo XX, celebraba la modernidad, la velocidad, la tecnología y el dinamismo de la vida urbana. En su manifiesto, Marinetti y sus seguidores proclamaron la belleza del ruido y la violencia. La poesía futurista, aunque principalmente literaria, compartía esta fascinación por los sonidos mecánicos y las imágenes dinámicas, influyendo en la percepción del arte sonoro.
Por otro lado, el dadaísmo, nacido durante la Primera Guerra Mundial, fue una reacción anárquica y nihilista contra las convenciones culturales de la época y las atrocidades de la guerra. Los dadaístas empleaban el absurdo, la irracionalidad y la espontaneidad en sus obras, desafiando la lógica y el orden establecido. Este enfoque revolucionario y provocador se reflejó en sus experimentos sonoros y en el uso de objetos cotidianos como medios artísticos.
Estas vanguardias también sentaron las bases para futuros desarrollos en la intersección del sonido y la escultura, pues inspiraron a artistas a explorar nuevas dimensiones sensoriales e integrar el sonido como un componente esencial de la experiencia estética.
Luigi Russolo, con su manifiesto El arte de los ruidos (1913), es considerado uno de los pioneros de la escultura sonora. Russolo construyó una serie de máquinas llamadas intonarumori, que producían ruidos mecánicos y ambientales, y que podían considerarse esculturas en sí mismas.
ESPACIO Y SONIDO: HARRY BERTOIA Y MAX NEUHAUS
En las décadas de los sesenta y setenta, la escultura sonora continuó evolucionando con artistas como Harry Bertoia y Max Neuhaus. Bertoia creó obras, principalmente de metal, que producían sonidos al ser tocadas por el viento o por los espectadores, y que también tenían un valor visual.
Aunque no era músico ni diseñador de audio, Bertoia exploró el sonido a través de la interacción de diferentes materiales, lo que dio lugar a una obra extraordinaria: Sonambient, que induce estados meditativos y proporciona profundas experiencias de escucha. Esta serie de más de 100 piezas representa la herencia escultural del artista.
Una de las facultades de la escultura sonora es su capacidad para moverse en el espacio y colaborar con él, lo que a menudo altera radicalmente su sonido. Los ecos de la pieza y del lugar interactúan bajo una misma masa, creando formas que, aunque parecen sostenerse en la materia, representan lo efímero.
Actualmente, las esculturas Sonambient se pueden encontrar en varias colecciones y exhibiciones en todo el mundo. Una de las más destacadas está en el Museo de Arte y Diseño (MAD) en Nueva York, que ha organizado exposiciones dedicadas a la obra de Bertoia, como la que se titula Atmosphere for Enjoyment.
Max Neuhaus, por su parte, exploró la percepción acústica en el entorno urbano. Sus instalaciones en lugares públicos generan una conciencia renovada de los sonidos cotidianos y su relación con el espacio físico. Una de las obras más emblemáticas de Neuhaus es Times Square. Ubicada debajo de una rejilla de ventilación en la bulliciosa intersección de Times Square, en Nueva York, esta instalación crea una experiencia auditiva única. El sonido continuo y subterráneo, que muchos transeúntes perciben sin darse cuenta de su origen, invita a una reflexión sobre el ambiente urbano y la invisibilidad del arte en el día a día. Esta obra ejemplifica cómo Neuhaus solía convertir espacios públicos comunes en lugares de contemplación y descubrimiento.
Otro ejemplo destacado es Sound Works, obras que se integran en el entorno de tal manera que los sonidos parecen surgir orgánicamente del espacio mismo. En estos trabajos, Neuhaus manipuló el sonido para interactuar con el ambiente, jugando con la percepción del espectador.
El enfoque de este artista hacia la escultura sonora está profundamente influenciado por su interés en la música experimental y el minimalismo. Al igual que compositores como John Cage, Neuhaus veía los sonidos cotidianos como materiales artísticos. Su obra desafía la distinción entre música y ruido, creando un puente entre los sonidos naturales y los creados por el hombre.
Una característica distintiva de las piezas del estadounidense es su imperceptibilidad física. A diferencia de la escultura tradicional, sus instalaciones no son necesariamente notables a simple vista; existen en el dominio del sonido. Esta calidad efímera obliga al espectador a prestar atención y a participar activamente en la experiencia auditiva.
Max Neuhaus también fue un innovador en el uso de la tecnología para el arte sonoro. Utilizó sistemas electrónicos complejos para crear y manipular el sonido, indagando nuevas formas de interacción entre el arte y la tecnología. Esta integración de lo técnico con lo artístico ha dejado una marca perdurable en el campo de la escultura sonora y ha influido a generaciones de artistas contemporáneos.
INTERDISCIPLINAREIDAD Y NUEVAS TECNOLOGÍAS
En la actualidad, la escultura sonora incluye una amplia gama de prácticas interdisciplinarias. Artistas contemporáneos combinan el sonido con medios visuales, interactivos y digitales. La tecnología digital, de hecho, les ha permitido producir instalaciones sonoras complejas y dinámicas, utilizando sensores, lenguajes de programación y robótica para generar experiencias inmersivas.
Entre los exponentes actuales de la escultura sonora está Janet Cardiff, conocida por sus instalaciones que combinan audio y espacio de manera innovadora. Cardiff, a menudo en colaboración con su esposo George Bures Miller, utiliza múltiples canales de sonido para crear experiencias envolventes que transportan al oyente a otros mundos. Una de sus obras más famosas, The Forty Part Motet (2001), reconfigura una pieza coral del siglo XVI: Spem in alium nunquam habui,de Thomas Tallis. La obra consiste en 40 altavoces dispuestos en un círculo, cada uno emitiendo la voz individual de un cantante. Esta disposición permite una conexión más profunda y personal con la música y el espacio sonoro, pues los espectadores pueden caminar entre los altavoces.
Bill Fontana es otro representante destacado de la escultura sonora contemporánea, conocido por sus trabajos que reubican sonidos de un entorno a otro, integrando audios grabados con el paisaje sonoro natural. Un ejemplo de su trabajo es Sound Island, donde llevó el sonido del océano a los Campos Elíseos en París, provocando una conexión auditiva entre dos lugares distantes. Esta obra fue presentada por primera vez en 1994 en el Arco del Triunfo de París.
En Sound Island, Fontana instaló micrófonos alrededor de la costa de Normandía, capturando el sonido del mar, las olas rompiendo y el viento. Estos sonidos fueron transmitidos en tiempo real y reproducidos en altavoces colocados estratégicamente en el Arco del Triunfo. Al caminar por el monumento, los visitantes experimentaban una superposición de sonidos, como si estuvieran en la costa de Normandía en lugar del centro de París.
Sound Island destaca la capacidad del sonido para transformar la percepción de la realidad, creando una conexión emocional y física con sitios lejanos.
Por su parte, el artista suizo Zimoun crea esculturas sonoras mecánicas que juegan con el sonido de materiales simples en movimiento. Sus obras utilizan motores, cajas de cartón, esferas y otros objetos cotidianos para generar composiciones sonoras y visuales que resaltan la belleza a través de la simplicidad y la repetición.
Una de sus piezas más destacadas es 150 Prepared DC Motors, Cotton Balls, Cardboard Boxes, que ejemplifica su enfoque en la materialidad del sonido y el movimiento. En esta instalación, Zimoun utiliza 150 motores de corriente continua (DC) preparados, cada uno conectado a una bola de algodón que golpea contra una caja de cartón. Los motores están dispuestos de manera uniforme en una cuadrícula dentro de un espacio expositivo. Al activarse, hacen que las bolas de algodón golpeen rítmicamente las superficies de las cajas, produciendo un sonido constante y envolvente. Los espectadores pueden caminar alrededor de la instalación, observando de cerca la interacción mecánica y el sonido.
Trimpin, un artista e ingeniero alemán, realiza esculturas sonoras automatizadas que combinan robótica y música. Sus obras incluyen instrumentos musicales diseñados para tocarse automáticamente. Su creación más famosa es IF VI WAS IX: Roots and Branches, ubicada en el Experience Music Project (ahora conocido como Museum of Pop Culture) en Seattle, Washington.
IF VI WAS IX: Roots and Branches incorpora más de 500 instrumentos musicales, incluidos guitarras, bajos, mandolinas y otras cuerdas, los cuales están suspendidos en una estructura de 18 metros de altura que asemeja un árbol, con sus “ramas” extendiéndose hacia arriba y hacia afuera. Trimpin diseñó un sistema computarizado que controla los instrumentos, activándolos automáticamente para tocar composiciones musicales preprogramadas o interactivas. La obra es una celebración de la música y la tecnología, y también un homenaje a la cultura pop y a músicos influyentes como Jimi Hendrix, de cuya canción “If 6 Was 9” toma su nombre. Roots and Branches representa la conexión entre las raíces de la música tradicional y las innovaciones tecnológicas.
La escultura sonora ha recorrido un largo camino desde sus raíces hasta su estado contemporáneo, donde se cruza con la tecnología y otras disciplinas artísticas. Desde los objetos rituales de las primeras civilizaciones hasta los movimientos vanguardistas del siglo XX, la escultura sonora se ha adaptado a nuevos contextos y ha explorado nuevas posibilidades.
A medida que avanzamos hacia el futuro, es probable que veamos aún más innovaciones en este campo, impulsadas por el desarrollo de nuevas tecnologías y la creatividad sin límites de los artistas.
La escultura sonora sigue siendo un campo en evolución, con un impacto significativo en la forma en que experimentamos el arte y el sonido. Su capacidad para combinar lo visual y lo auditivo, lo físico y lo efímero, asegura que continuará siendo una parte vital del paisaje artístico contemporáneo, ofreciendo nuevas perspectivas a públicos de todo el mundo.