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Es conocido que Steve Jobs, el magnate tecnológico y uno de los hombres más ricos del mundo, murió de cáncer de páncreas sin poder hacer nada para alargar su vida. Personas con una gran fortuna monetaria no logran encontrar la clave para ser felices.
Por su parte, las clases medias trabajan para conseguir un ascenso, para comprar un automóvil, irse a algún viaje soñado, comprar un gran televisor y, así, conseguir cierta satisfacción. En conclusión, viven para comprar objetos, tener experiencias o subir en la escalera social, con el fin de que alguien de su mismo círculo o uno más arriba les diga “¡Qué hermosas tus fotografías de París!”.
Entonces, ¿el dinero es un fin o es un medio? Durante muchas generaciones nos hemos preguntado si garantiza la felicidad o si, al menos, existe un monto mínimo que asegure nuestro bienestar. Estos cuestionamientos, más allá de haber sido resueltos, nos han confrontado con una realidad más compleja.
SUBJETIVIDAD ECONÓMICA
Richard H. Thaler (Premio Nobel de Economía 2017), en su libro Portarse mal: el comportamiento irracional en la vida económica, cuestiona dos premisas centrales de la teoría económica: la primera es que las personas toman sus decisiones basadas en la optimización, es decir, escogen de manera imparcial y racional “el mejor producto que pueden elegir”; la segunda señala que los precios de los bienes y servicios se mueven libremente y fluctúan de tal modo que la oferta iguala a la demanda, resultando en el equilibrio del mercado. En conclusión, optimización más equilibrio es igual a economía.
Sin embargo, Thaler plantea que ambos argumentos son imperfectos, ya que la optimización a la que se enfrenta el común de las personas es más difícil de resolver de lo que se cree, además de que sus decisiones no son imparciales y, finalmente, suelen existir numerosos factores que se minimizan en los modelos de optimización. Dicho de otro modo, las decisiones de la gente no son ni racionales, ni óptimas, ni imparciales, y están altamente afectadas por las emociones, por lo que la cantidad de dinero que requiere alguien para alcanzar su idea de bienestar no necesariamente es la misma que la de otros individuos.
De acuerdo a la Encuesta Nacional sobre Salud Financiera (ENSAFI) 2023 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (CONDUSEF), el ingreso mínimo para vivir decentemente en México es de 16 mil 421 pesos mensuales. Sin embargo, se observaron diferencias según el sexo, donde las mujeres consideraron necesario un ingreso promedio de 15 mil pesos y los hombres estimaron 18 mil pesos. También hubo variaciones geográficas; entidades como Ciudad de México consideran que se requieren 29 mil 500 pesos, mientras que del lado contrario los chiapanecos calculan un mínimo de sólo siete mil pesos. En Coahuila, el monto fue de 21 mil 900 pesos.
TIEMPOS DE CONSUMO
¿El último bien que compró fue una necesidad o un deseo? ¿Qué obsequio recibió en Navidad? ¿Lo necesitaba, le gustaba o acaso le servía? ¿Realizó algún tipo de compra en el Buen Fin? ¿El crédito que adeuda actualmente fue para resolver problemas?
Si la mayoría de sus respuestas se relacionan más con el gasto innecesario, el “gustito”, la irracionalidad o la influencia de algún anuncio, es debido a que no somos ajenos a la cultura del consumismo.
Debemos diferenciar entre consumo y consumismo, ya que el primero se vincula a la satisfacción de necesidades; mientras que el segundo se refiere a los deseos o los impulsos irracionales, donde la adquisición de bienes y servicios se convierte en la única vía para obtener satisfacción personal, estatus o éxito.
Con la industrialización, la necesidad de las empresas de desplazar sus excedentes para aumentar sus ganancias impulsó la aparición de la mercadotecnia y la publicidad, haciendo surgir esa cultura del consumismo al alterar y redefinir nuestra visión del mundo.
Hoy se considera que las recompensas emocionales y sociales se encuentran en la novedad: no importa que un artículo aún funcione, ya que si es anticuado nos avergüenza. Por otro lado, la carrera tecnológica no se detiene y la obsolescencia programada —cuando los fabricantes reducen a propósito la vida útil de un producto— es un mecanismo para el crecimiento de las empresas. Mucha mercancía sigue siendo desechable, sin importar el daño al medio ambiente.
El objetivo de la economía dejó de ser satisfacer las necesidades de una sociedad con recursos escasos y limitados, y se convirtió en el mecanismo para incrementar las ganancias de los empresarios y la búsqueda de los individuos por tener más dinero para gastar.
¿EL DINERO TRAE FELICIDAD?
En 2010, Daniel Kahneman y Angus Deaton (Premios Nobel de Economía 2002 y 2015, respectivamente) realizaron una investigación que encontró que el bienestar emocional aumenta con los ingresos, pero esta tendencia se detiene al llegar a los 75 mil dólares anuales. A partir de este punto, la satisfacción de una persona no aumentará significativamente con sus finanzas, así gane millones de dólares al año.
Se podría decir, entonces, que el dinero es importante, pero no se vincula directamente con la felicidad. Es una herramienta que ayuda a lograr objetivos profesionales, otorga seguridad para emprender distintos proyectos, da tranquilidad respecto al futuro y facilita la vida con la compra de bienes y servicios. Es un medio para alcanzar el bienestar sobre el cual se puede construir la felicidad, en términos que no son necesariamente económicos.
PIB Y FELICIDAD
Desde la creación de la contabilidad nacional por el economista Simon Kuznets, el Producto Interno Bruto (PIB) —concepto surgido en la década de los cuarenta— se ha utilizado para medir el crecimiento y la riqueza de las naciones. Más adelante se trató de convertir en una herramienta para entender el nivel de bienestar de la población, por lo que se desarrolló el PIB per cápita, que se mide dividiendo la producción económica total de un país entre su número de habitantes. En la medida que el PIB per cápita era mayor en un lugar respecto a otro, se suponía que existía un mejor nivel de desarrollo.
Sin embargo, este enfoque presenta varias carencias. A mediados de los setenta se descubrió la paradoja de Easterlin: los países con una población más adinerada no son los más felices, y los que tienen menores ingresos no siempre son los más desdichados. Se trata de un primer acercamiento entre la economía y la psicología, que años más adelante se entendería como la economía conductual. Esta intenta explicar por qué los seres humanos no suelen comportarse de manera racional, llevando al estudio económico en una dirección distinta de la tradicional o neoclásica, al tomar en cuenta disciplinas como la neurociencia, la microeconomía y la psicología.
El cuestionamiento a la utilización del PIB como un instrumento para medir el bienestar se basa en que no integra el tiempo que las personas utilizan para descansar o divertirse; no mide la calidad de vida de la población a través de servicios de salud, educación o infraestructura; mucho menos considera el impacto ambiental derivado del crecimiento económico.
El dinero no brinda la felicidad, ni tampoco garantiza elementos vitales como la salud o la aceptación personal, sin embargo, sí es necesario para satisfacer las necesidades básicas de las personas. No obstante, esas necesidades en realidad dependen de cada individuo, de su educación y sus anhelos. Hablar de felicidad y paz interior corresponde más a la filosofía y la espiritualidad; sin embargo, en economía sí podemos hablar de bienestar, el cual, si no está cubierto, no permitirá desarrollar una vida espiritual satisfactoria.