Lord Acton
Claudia Sheinbaum asumirá el poder este 1 de octubre como la presidenta más poderosa de México desde los tiempos del PRI hegemónico y quizá desde Porfirio Díaz. Este poder no se lo da la mayoría de 59.75 por ciento que obtuvo en la votación del 2 de junio. Miguel de la Madrid, un presidente bastante débil, recibió 70.96 por ciento en 1982. José López Portillo fue electo con 100 por ciento de los votos válidos en 1976. De la Madrid y López Portillo contaban con mayorías calificadas en el Congreso y podían cambiar la Constitución a discreción, pero cuando menos en el poder judicial había algunas fuentes de resistencia, a pesar de que los ministros de la Suprema Corte eran nombrados directamente por el presidente.
La presidenta Sheinbaum contará con mayorías calificadas, de dos terceras partes, en ambas cámaras del Congreso, pese a que sus partidos recibieron solo 54 y 55 por ciento de los votos. Hereda, además, un cambio constitucional que le ordena hacer una limpia total del poder judicial. Postulará como candidatos a jueces, magistrados y ministros solo a quienes sean leales a la Cuarta Transformación. Esto le dará también un control férreo sobre el poder judicial, el cual se verá incrementado por el Tribunal de Disciplina, una suerte de Santa Inquisición que podrá sancionar, sin apelación posible, a cualquier juez que no obedezca al gobierno. Tendrá, asimismo, el control de 24 gobiernos estatales. Habría que regresar a los tiempos de don Porfirio para encontrar a un mandatario con el poder que está heredando Sheinbaum.
Estamos siendo testigos del inicio de una nueva era de poder hegemónico. Sheinbaum será una presidenta con poderes de monarca absoluto, como Gustavo Díaz Ordaz o Luis Echeverría. El único límite será la influencia de Andrés Manuel López Obrador quien, a pesar de que dice que se retirará a su rancho en Palenque, difícilmente dejará de estar atento a la política. Si Claudia no mantiene una línea como la que él le ha fijado, podría promover su destitución a través de la revocación de mandato que dejó en la Constitución como una manzana envenenada.
Es paradójico que Sheinbaum, una mujer que entró a la política como idealista activista estudiantil, hoy se está convirtiendo en una presidenta sin contrapesos de ningún tipo, ni siquiera un poder judicial independiente. Si quiere ser una dictadora, podrá serlo sin problema. Tiene en sus manos la posibilidad de cambiar la Constitución a discreción y eliminar todos los derechos de los gobernados. Puede, incluso, enmendar el artículo 83 y permitir su reelección de manera indefinida, como Fidel Castro, Hugo Chávez, o Daniel Ortega. Con los poderes que tiene podrá robarse las elecciones con la misma desfachatez de Nicolás Maduro en Venezuela en este 2024.
¿Puede sobrevivir un país con un gobierno absoluto? Sin duda. Singapur tiene un primer ministro con poderes casi absolutos y ha prosperado a lo largo de décadas. China es ejemplo de una dictadura que ha tenido un importante desarrollo económico, aunque gracias a una apertura "capitalista" a la que Sheinbaum al parecer se opone. Otros países autoritarios, sin embargo, han sufrido problemas económicos persistentes. Venezuela ha perdido el 80 por ciento de su riqueza desde que Hugo Chávez y Nicolás Maduro tomaron control del país y eliminaron todo vestigio de oposición.
¿Cuál de estos caminos seguirá Sheinbaum? No lo sabremos hasta que empiece a gobernar. Lo que sí sabemos es que será una presidenta sin ningún contrapeso legal o constitucional. Y en principio eso no es bueno para ningún país.
DISENSO
El 2 de junio por la noche, tras proclamarse su triunfo electoral, Claudia Sheinbaum declaró: "Concebimos un México plural, diverso y democrático. Sabemos que el disenso forma parte de la democracia. Y aunque la mayoría del pueblo respaldó nuestro proyecto, nuestro deber es y será siempre velar por cada una y cada uno de los mexicanos sin distingos". Son palabras de apertura y tolerancia; ojalá guíen su sexenio.
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