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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

El padre prior le ordenó a San Virila que ya no anduviera por ahí haciendo milagros.

-Yo no los hago -respondió el frailecito-. Se me salen.

-Pues detenlos -le dijo el superior.

Al día siguiente iba pasando San Virila frente a la catedral en construcción cuando oyó un grito. Sucedió que un obrero que trabajaba en lo alto de la aguja perdió pisada y se precipitó al vacío. Seguramente iba a perder la vida. San Virila hizo un movimiento con su mano y el hombre quedó suspendido en el aire.

-Espera un poco, hermano -le indicó el santo-. Voy a pedirle permiso al padre prior de traerte al suelo.

El prior autorizó el milagro, y San Virila hizo que el trabajador descendiera suavemente hasta llegar sano y salvo al piso.

-¡Gracias! ¡Gracias! -clamó el obrero echándose de rodillas ante su salvador.

-Vaya -le dijo San Virila-. Tú acabas de hacer un prodigio más grande que el mío. Hiciste el raro milagro

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Escrito en: Mirador Columnas Editorial Armando Fuentes Aguirre (Catón)

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