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Recuerdos de una vida olvidable…

Ese platillo no está en mi dieta

MANUEL RIVERA

La semana pasada surgieron dos hechos que me obligan a someter al juicio del lector letras que desordené hace unos cuantos años, pero que hoy adquieren especial vigencia.

El primero permite recordar una muy conocida expresión de índole escatológica en el medio de la política nacional, que el dicharachero ex gobernador, ex diputado federal y empresario de siempre Benjamín Clariond Reyes-Retana modificó y elevó a rango superior. Este personaje ha expresado que el político no sólo debe comer desechos y mostrar buena cara al hacerlo, sino que, además, tiene que ser capaz de pedir que le vuelvan a servir.

Ejemplo por excelencia de lo anterior es el dado por el coordinador de los diputados morenistas, Ricardo Monreal, viejo lobo de la estepa política, quien después de advertir que se le iba a ver más seguido viajando en helicóptero, reculó y hasta pidió disculpas, luego de que la presidenta de la república dijo en la conferencia mañanera que no puede haber gobierno rico con pueblo pobre. Algún malpensado diría que el legislador pidió heces hasta para llevar, pues continúa como si nada hubiera sucedido ejerciendo su encomienda.

El segundo hecho se registró cuando el Pleno de la Cámara de Diputados aprobó en lo general el dictamen por el que se reforman diversos artículos de la Constitución, para establecer que el Estado debe garantizar la protección de los animales. Tal decisión confirma el pronosticado final de la fiesta brava en su forma actual, lo que la propia mandataria ya apuntó.

Ante esa concatenación de sucesos nacionales, me veo presionado para tratar de convencer al lector acerca de mi rechazo a los platillos sui géneris de la política o de cualquier otro ámbito que implique fingir antes de mostrarse libre. Debo entonces reproducir el siguiente extracto de un artículo de mi autoría sobre la tauromaquia:

"Sí, debo admitirlo: soy de esa clase de seres motivo de escarnio público, condenados a la agresión de la sinrazón en juicio sumario, a cargo de quienes rinden culto a dogmas, modas e intentos de transculturación, comen carne cerrando los ojos y aman a los animales odiando al prójimo.

"Sí, lo digo so pena de 'lapidación': soy taurino, no me avergüenzo y abro aquí mi closet de par en par. Asumo las consecuencias de mi libertad, acepto la herencia de mis ancestros, respeto a quienes disienten de mi pasión, admito el debate como herramienta para acercarse a la verdad y me sumo al combate a la intolerancia en todos los órdenes de la vida.

"Rechazo el dogma o la pereza mental, pretendo contribuir a la reducción de la ignorancia, detesto la hipocresía de quien juzga distinto un mismo pecado dependiendo de su realización en público o privado, lamento ceder hasta la cultura nacional para ser juzgada por los dueños del mundo, defiendo la tolerancia como valor esencial de paz y desarrollo, creo más en el sentir que en el ver y necesito la oposición, no la imposición de las ideas. Sí, soy taurino.

"He llorado al ver emocionado la sagrada obediencia del toro a las órdenes de la naturaleza, cuando le he observado embestir una y otra vez por derecho, sin reparar en nada más que en hacer lo que su sangre le ordena, fusionando de manera única la fiereza de su milenaria historia, la cadencia de su moderna selección y la excelsa nobleza de su acometida que en cualquier tiempo le hace ejemplo de vida.

"He temblado también de pavor y emoción al sentir junto a mí su bravura desbordada en sus bufidos que hacen volar hasta el alma y en sus ojos de guerrero, de mirada tan profunda que atraviesa la piel para retar al corazón.

"He también atestiguado cómo en momentos de mutua entrega, lidiador y toro abandonan el mundo de los sentidos para ingresar al de lo atávico, al del imperio de las esencias dictadas por la historia integrada en la sangre o al de la inexplicable divinidad que sólo ordena lo que cada uno debe ejecutar.

"Sí, amo a los toros y venero el sagrado ritual del que son protagonistas, auténtica representación de la vida, es decir, del suspiro de final impredecible que se justifica por un segundo de la gloria que trae consigo la decisión de abandonar el cuerpo y aceptar sentires, enfrentando únicamente con la fuerza del alma el poderío de las circunstancias envueltas en pelo negro y aceptando el riesgo de la invitación al Purgatorio o Infierno hecha por la cornamenta del bravo, pues el Cielo lo conoce ya quien ha sido capaz de enredar en un natural bravura y nobleza a su miedo domeñado".

Sí, soy taurino, y acepto caminar hacia el cadalso, antes de castrar mi libertad degustando platillos no gratos.

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