Simón: corazón revolucionario. La película venezolana más vista de los últimos años.
Comenzamos con catarsis en yuxtaposición: un cumpleaños con júbilo y una manifestación envuelta de humo y sangre. ¿Sueños? ¿Recuerdos? Ambos se mezclan en la mente de nuestro protagonista: Simón, un inmigrante venezolano que despierta en un amplio pero vacío apartamento en Miami.
Simón vive por su cuenta en Estados Unidos, pero no quiere decir que esté solo; su cabeza está llena de sentimientos encontrados, traumas y fantasmas que día con día consumen su espíritu.
Desde el inicio, el joven tiene una meta: residir en Estados Unidos bajo el concepto de refugiado político, y debe lograrlo antes de que su visa de turista expire. En su búsqueda por el asilo conoce a Melissa, una estudiante de leyes que le ayuda en todas las cuestiones legales para quedarse en el país norteamericano.
El pasado de Simón se revela a través de pláticas entre él y la próxima abogada, un método sencillo pero muy efectivo para que la audiencia vaya descifrando todo lo que el protagonista guarda en su alma.
Melissa pudo haber caído fácilmente en el cliché de “salvadora blanca” y/o del interés amoroso de Simón; en cambio, es un personaje complejo con su propio arco narrativo. Aunque su estatus como norteamericana sí contribuye a la misión del venezolano, él también la ayuda a resolver conflictos. Ambos crecen y aprenden juntos, forjando una amistad que en un momento llega a tener leves tintes románticos, aunque nada explícitos.
Una de las cosas que Melissa le pide a su amigo para la solicitud de asilo, es que sus compañeros de Venezuela firmen unos documentos en los que corroboren su testimonio.
El venezolano se comunica con ellos después de no hacerlo por meses. Estos le dicen que las universidades se están uniendo para regresar a las calles a protestar y exigir el fin de la dictadura; por su parte, Simón les da la noticia de que busca asilo y recibe comentarios encontrados. Gracias a la actuación de Christian McGaffney, podemos ver la angustia de su personaje.
REBELDÍA Y REPRESIÓN
El título de la película deja de manifiesto la conexión del protagonista con Simón Bolívar, “El Libertador”, quien durante el siglo XIX lideró las luchas de independencia en lo que ahora son Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Panamá y Bolivia.
Esta comparación puede generar en la audiencia ciertas expectativas sobre Simón, las cuales nunca se hacen explícitas porque tal vez habría sido muy obvio, pero la liberación es una idea que seguramente el personaje tuvo toda su vida. Es notorio desde las juntas con su equipo protestante, conformado por sus amigos de la universidad, hasta sus días como prisionero político.
Una de las secuencias más impactantes muestra los terribles días en los que el protagonista y otros hombres son torturados física y psicológicamente, como prisioneros políticos, lo que tiene consecuencias hasta el presente. De una manera u otra, todos se quiebran y esto es algo que el gobierno opresor aprovecha a su favor para mantener su poder.
La escena más importante en esta secuencia es una conversación entre Simón y un líder militar, en la que la fuerza bruta no es partícipe. El militar intenta convencer al rebelde de que su lucha, iniciada por generaciones anteriores a él, es inútil, porque los nombres de los manifestantes pueden cambiar, pero la opresión seguirá, y por ello no vale la pena salir a las calles a protestar.
Toma tras toma, el militar se vuelve sofocante tanto para su prisionero como para la audiencia. Parece romper la cuarta pared y retar al espectador hasta sentir el coraje de la impotencia. Al mismo tiempo, percibimos cómo el protagonista hace introspección sobre las desesperanzadoras palabras que escucha, y pareciera que escuchamos su corazón romperse poco a poco.
OPERA PRIMA
Esta película es la ópera prima del director Diego Vicentini, venezolano de nacimiento y educado cinematográficamente en Estados Unidos, tanto en Los Ángeles como en Nueva York. Esta no es la primera vez que Diego cuenta la historia de Simón; su cortometraje de tesis en la maestría tuvo el mismo título y la misma trama.
El guion del largometraje, también escrito por él, siempre tiene algo nuevo que revelar sobre Simón, incluso hasta la última escena, ya que la narrativa que sigue no es lineal.
Un detalle sencillo, pero que aporta muchísimo, es la inclusión de bastante jerga venezolana, lo que nos acerca todavía más a la vida diaria del protagonista en sus días de estudiante, así como a la soledad que siente en Estados Unidos.
El lenguaje visual de la película nos permite estar en la mente del venezolano de más de una manera: la composición de las escenas en Miami deja ver lo vacía que es la vida de Simón ahí, el montaje intercalado de sus recuerdos y su presente revela el trauma en su ser, y las decisiones de fotografía logran, por ejemplo, que una videollamada se sienta más personal que solo estar frente a una computadora.
Con este trabajo, Diego nos muestra que él sabe que es una lucha difícil, que parece imposible de ganar. El director no pretende tumbar una dictadura por su cuenta, pero conoce el poder de una historia y la influencia que puede tener sobre una población. Viéndolo así, ¿qué mejor manera de protestar que con un medio tan masivo como el cine?
A pesar de que su proyecto no fue censurado por el chavismo, Diego Vicentini ha comentado que realizar Simón muy probablemente lo haya condenado a nunca más regresar a su tierra natal.
El largometraje del venezolano argumenta que la batalla contra una dictadura es tanto física como emocional y mental, en que la moral puede tener sus matices aun cuando claramente existen villanos.
Simón pone varias cuestiones sobre la mesa: ¿Vale la pena luchar en una guerra sin aparente fin? ¿Qué tanto puede una persona mantenerse en pie frente a una dictadura? ¿Abandonar un país es lo mismo que dejarlo morir?
Las respuestas a estas y muchas otras preguntas que nos podemos hacer mientras vemos la película, solo las conseguiremos haciendo la misma introspección que sus personajes.
Según datos que aparecen en el metraje, 7.7 millones de venezolanos han salido del país debido al régimen chavista. Podría ser sencillo pensar que todos ellos son cobardes por no quedarse a luchar, pero eso es si únicamente se toman en cuenta los números, y las personas nunca somos solo un número. Cada uno de esos millones de individuos tiene su propia historia llena de sueños, miedos, esperanzas, pesadillas.
Aun viviendo por su cuenta en Estados Unidos, Simón no estaba solo en su sentir, como tampoco lo están los demás venezolanos que han migrado a muchos otros países desde hace 30 años.
Simón no ha tenido mucha difusión fuera de Latinoamérica y dentro de este continente aún la desconoce mucho público; sin embargo, en Venezuela se ha convertido en la película más taquillera de los últimos seis años. Aquí en México podemos verla en Netflix.
En una sociedad donde la violencia está normalizada, mantenerse con vida es un acto de resistencia. La libertad no está en el suelo que se pisa, sino en un corazón revolucionario, uno que nunca pierde la esperanza.