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SU SALUD ORAL

MANOS (PARTE IV)

Las principales armas con las que contamos para frenar la pandemia, o cualquier tipo de contaminación, son las mismas que había en el siglo XIX, el distanciamiento social, el uso de las mascarillas, y el lavado intensivo de las manos.

Semmelweis, en el año 1847, propuso lavarse cuidadosamente las manos con una solución de hipoclorito cálcico cuando él trabajaba en la Primera Clínica Obstétrica (Clínica I) del Hospital General de Viena (Allgemeines Krankenhaus der Stadt Wien), donde la mortalidad entre las pacientes hospitalizadas en la sala atendida.

Esta última medida, quizás la única en la que coinciden ahora todos los gobiernos y autoridades sanitarias del mundo, fue una brillante idea de un médico húngaro al que la comunidad científica tomó por loco. De hecho, acabó muriendo en un manicomio, sin que su gran contribución fuera reconocida.

Esta es la triste historia de Ignaz Semmelweis (1 julio 1818 - 13 agosto 1865), nacido en el seno de una próspera familia de comerciantes en Buda, uno de los dos grandes barrios que forman hoy la ciudad de Budapest la capital de Hungría, que entonces pertenecía al Imperio 1844 y luego se especializó en obstetricia. Comenzó a trabajar en 1846 en la Maternidad del Hospital General de Viena, y allí pronto fue consciente de un misterioso fenómeno, que se llevaba la vida de muchas madres tras dar a luz en una de las dos clínicas que dependían de esa Maternidad.

En la Clínica Primera, aproximadamente un 10% de las parturientas fallecía por la llamada "fiebre del parto", una tasa de mortalidad que era más del doble que en la Clínica Segunda. Y, más extraño aún, esa enfermedad mortal era menos frecuente entre las mujeres que parían en las calles de Viena: "Me parecía lógico que ellas enfermaran al menos con tanta frecuencia como las que daban a luz en la clínica. A las que lo hacían fuera, ¿qué las protegía de estas fatales y desconocidas influencias endémicas?", anotó Semmelweis en sus investigaciones.

Profundamente afectado, Ignaz Semmelweis comenzó a escarbar en busca de cualquier mínimo detalle que diferenciase ambas clínicas, desde condiciones de temperatura hasta prácticas religiosas. Pero no encontraba nada. Todo era igual, salvo el personal que atendía los partos: en la Primera Clínica eran médicos y estudiantes de medicina; y en la Segunda Clínica, donde morían muchas menos, eran las matronas y sus aprendices.

¿Qué era lo que hacían los médicos que perjudicaba a sus pacientes? Los procedimientos parecían ser los mismos. La pista se la dio a Semmelweis la muerte de uno de sus colegas que trabajaba en la Primera Clínica, debido a una infección tras cortarse con un bisturí mientras realizaba allí una autopsia. La propia autopsia del cadáver de ese médico reveló similitudes con las de las fallecidas por fiebre del parto, y entonces Semmelweis lo vio claro: la diferencia era que los médicos diseccionaban cadáveres, posterior a esto iban a atender partos, sin lavarse las manos porque no era la costumbre y la importancia.

En cambio, las matronas no participaban en autopsias ni tenían contacto con los cadáveres. Así que Semmelweis instituyó en su Maternidad, durante el verano de 1847, la práctica de que para atender un parto había que lavarse primero las manos con cal clorada especialmente si antes se había estado en contacto con un cadáver.

La medida pronto se demostró muy efectiva. En pocos meses la tasa de mortalidad de la Primera Clínica cayó drásticamente hasta igualarse con la de la Segunda Clínica. Descenso marcado cuando Semmelweis promovió el lavado de manos con hipoclorito en 1847.

Aquel éxito estimuló a Semmelweis, quien pretendió que su hospital instaurase oficialmente la medida de lavarse las manos, y esa revolucionaria propuesta lastró su carrera para siempre. El "método Semmelweis" funcionaba, pero no se apoyaba en ninguna teoría científica, en una época en que aún se desconocía que los microbios eran los que provocaban las enfermedades infecciosas. Entonces estas dolencias se atribuían a muchas causas independientes, únicas en cada caso. Solo por eso, sonaba tremendamente osado y radical que un joven médico se empeñara en defender que la causa era solo una: la suciedad; y que la limpieza intensiva era el remedio común para prevenir todos los casos de la fiebre del parto.

Aquello resultaba ridículo para las eminencias científicas de Viena, que ignoraron, rechazaron y ridiculizaron la gran idea de Semmelweis. Él, por su parte, insistía en que los médicos llevaban en sus manos unas invisibles partículas, que había que eliminar con la cal clorada (cuyo componente químico, hipoclorito cálcico, es el del "cloro" que usamos para desinfectar las piscinas). Le faltaba una explicación rigurosa y, por otro lado, muchos médicos se sintieron culpabilizados por la hipótesis de Semmelweis, al fracasar tuvo que regresar a Hungría en 1849.

En Pest siguió aplicando su método de higiene escrupulosa para evitar las muertes por fiebre del parto, con repetidos éxitos durante toda la década de 1850. Pero sus ideas tampoco fueron aceptadas allí y volvió a chocar con el establishment médico. A sus constantes disputas con rivales científicos, a los que llegó a llamar "asesinos irresponsables", se sumaron episodios depresivos. Finalmente logró publicar sus investigaciones en un libro, Etiología, concepto y profilaxis de la fiebre de parto (1861), como un nuevo intento de demostrar que el lavado de manos podía salvar muchas vidas.

No está claro si fue esa infructuosa batalla, o una demencia prematura, lo que acabó haciendo que en 1865 sus familiares decidieran ingresarlo en un hospital para enfermos mentales, donde recibió tratamientos muy agresivos. Allí falleció solo dos semanas después de su internamiento, a la edad de 47 años, por una septicemia que se extendió por su cuerpo tras la infección de una herida. En ese mismo año, Joseph Lister comenzó a aplicar los métodos de esterilización en la cirugía, que evitaron muchas muertes por infecciones contraídas durante operaciones.

Lister lo hizo siguiendo las ideas de Louis Pasteur que apuntaban a los gérmenes como causantes de esas infecciones. Esa teoría fue confirmada en la década siguiente al triste final de Ignaz Semmelweis, explicando por fin por qué él tenía razón. Hoy está considerado uno de los grandes pioneros de las prácticas antisépticas; la Universidad de Medicina de Budapest lleva su nombre desde 1969, y también se denomina "Efecto Semmelweis" al rechazo impulsivo a nuevos conocimientos que contradicen a las normas y creencias establecidas.

Fuente: Ciencia, Grandes Personajes (Francisco Doménech).

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