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Buscamos en el cielo figuras: nubes que hablen nuestra lengua y nos señalen el camino. Buscamos, sobre todo, algo que nos devuelva la mirada desde arriba. Hay ciertas aves que trazan un círculo en el cielo porque algo en el piso ha muerto o está a punto de hacerlo, ese es otro tipo de comunicación que tenemos con el más allá. Acaso lo que dejamos atrás es un cuerpo inerte y nuestra memoria el pájaro que aguarda en el vuelo. La elevación es un punto de partida para contemplar lo que una vez fuimos y el espacio que un día habitamos, construimos y devastamos.
Elías Carlo es un poeta que nos presta su mirada intrigante y manifiesta un tipo de consciencia de su entorno que estremece y emociona. Su presencia fantasmal determina una poesía instalada en la claridad. Nació en 1975, en Monterrey, Nuevo León, pero radica en Guadalajara desde el 2002. Ha publicado los libros Para terminar la ausencia y Parterre. Su obra aparece en inglés, francés y alemán. Sobre el vuelo circular de algunas aves de presa es su libro más reciente, publicado por Mantis Editores.
Se trata de un poemario que sostiene sus méritos en las alturas. Una elaboración de imágenes relacionadas con el cielo y sus rarezas que resultan siempre intrigantes e inalcanzables, de una turbulencia que hace eco con nuestro ecosistema terrestre. Sobre el vuelo circular de algunas aves de presa es un libro que hace mucho se desprendió del suelo y que, si bien recuerda esta dimensión, observa el pasado no desde el futuro, más bien desde el terreno alto. Estamos ante una reunión de textos que perdieron el miedo al vértigo y a la soledad, un título importante para comprender el círculo que tarde o temprano estará sobre nosotros.
FORMAS AÉREAS
Desde el primer poema del volumen, más precisamente en su segundo apartado, el autor formula con un trazo que se siente tan matemático como metafísico, no una sola imagen sino una figura geométrica compleja y vibrante en el espacio inédito de la atmósfera: “líneas que se unen de golpe / en la trayectoria / que trae las garras / a la carne lastimada / el círculo vuelve entonces / al punto que le dio forma”.
“Reloj de sol”, ubicado también en los primeros meridianos del libro, es un texto que sostiene una relación con los opuestos: arriba-abajo, adentroafuera. Se utiliza este poema para hablar de una tendencia conceptual que el autor plantea para intensificar el punto medio. El vínculo latente de estos contrarios es donde se recarga la intención extraordinaria de esta obra, en esa circunstancia intermediaria, pero efímera y aérea.
Otra de las preocupaciones que tiene esta primera sección es el reencuentro. Los puntos de partida son, por ejemplo, los carruseles, el sudoku de los periódicos o los actos circenses bajo una carpa en cualquier terreno baldío. El autor aprovecha las formas físicas de estos objetos para edificar una arquitectura novedosa que al mismo tiempo es, digamos, un recinto donde se convocan rostros familiares y personas que hace tiempo no nos duelen, incluso versiones anteriores y olvidadas de uno mismo.
“nada dice / mejor / que estamos aquí / que cuando malabareamos motosierras / con los ojos vendados / sobre la cuerda floja / de la audiencia expectante”. Son unas de las líneas más llamativas en esta parte del libro. Podemos percibir la capacidad del autor para construir un momento tan singular, tan fantasioso y, a la vez, cercano. Suena a algo de urgencia y preocupación y también fascinante. Esta virtud del texto para crear imágenes sórdidas es uno de los valores que mantienen la expectación y la intriga durante la lectura.
“Cauce” es un poema que construye una escena inquietante; el relato dispone a dos personajes en un auto. Al atravesar un túnel, las luces de este se apagan, ¿pero acaso no serán también las luces de la realidad? El mundo ha hecho una pausa luminosa y ha aspirado oscuridad. Sin embargo, el momento parece estar duplicado de otro. El personaje recuerda que esto ha ocurrido antes. El poema busca plantear una réplica del miedo o un desempate de dimensiones.
LA CASA VACÍA
Ahora instalándose en lugares más angostos como calles o casas, “un lugar para huir” es un momento muy peculiar de la obra ya que, a pesar de ubicarse en los espacios cerrados, existe un rasgo de inmensidad y apertura, como si una de las puertas de la casa diera hacia un patio para extraviarse. La situación es sobre un lugar que puede sentirse enorme por su condición desolada. Algo muy importante para destacar en este apartado, no es la interacción de la voz poética con sus entornos ahora vacíos, sino cómo los vacíos intervienen al sujeto, cómo las habitaciones despojadas de todo devuelven algo a un sujeto que, sin recurrir al drama, se siente incompleto.
Es necesario apuntar que una de las inquietudes del autor es la casa vista como un cuerpo abierto y desalojada de toda vitalidad. Las presencias del poemario se desprenden de las habitaciones y quedan a la certeza del vacío. Es decir, las camas en las que ya no duerme nadie, los cajones sin nada que almacenar y los cuartos sin nadie a quien esconder. La casa, entonces, se convierte en una estructura compleja, un albergue de ecos nada más.
A partir de aquí los poemas configuran un carácter más bien contemplativo. La voz deja de desplazarse por completo en los espacios que habita o deshabita y se deja invadir por la contingencia del presente. Lo que sigue es una serie de apuntes y divagaciones respecto a lo que se observa acaso por accidente: el cambio de luz en los semáforos, las nubes que orbitan las fábricas, el tránsito de las monedas y las tolvaneras que empujan la basura a una zona desconocida.
OTRAS FIGURAS
La última sección del poemario es “floraciones”, que tiene un interés por explotar la imagen en memorables parámetros visuales. Los colores, la obsesión por las formas y la de elementos distribuidos en el espacio. Se trata de una serie de conclusiones hechas a partir de las figuras que otorga y sugiere la iluminación. Desde todo lo que implica una mancha de sudor en la pared, hasta un perro negro corriendo sobre la nieve que, según los apuntes del libro, es una especie de sombra viva sobre la luz hecha materia. Para el caso del poema “paredes que son ventanas” se dispone de un paisaje natural también dotado de violencia, de la fractura de ese pacto que hay entre la vida y lo salvaje: “…la mole del viento despeina margaritas / crece bajo las alas negras de cuervos / y otros grandes predadores / animales todos de poca gravedad / dibujados a las prisas / suaves borrones continuos / de una tinta coagulada / que las corrientes de aire mantienen en vilo por eternidades / hay sí otras aves pequeñas comas y rayas / que van pautando el vacío / condensado en un azul muy leve / que destiñe montañas a lo lejos”.
Sobre el vuelo circular de las aves de presa es un libro de poemas que dialogan de forma indirecta con algo que muere. Habla con el despojo, con los restos de lo que un día almacenó pedazos de lo que pudo ser vida. Un discurso necesario para escapar de casa y transfigurarla desde otro sitio: la altura. Una obra que promueve en su modo más solemne la rapiña y la carroña. El libro habla del trazo circular que es la pérdida, de todo eso que queda arrebatado de nosotros y, sin embargo, nos conserva.