"¡Qué tipo ése con el que salí anoche! -le contó muy enojada Susiflor a Rosibel-. Fuimos en su auto al Ensalivadero, lugar oscuro y solitario, y ahí tuve que darle tres cachetadas". Preguntó Rosibel: "¿Para ponerlo en su lugar?". "No -aclaró Susiflor-. Para despertarlo y ponerlo en el mío". Don Gerolano, rico señor que había visto pasar muchos calendarios, casó con Avidia, mujer en flor de edad que aceptó desposarlo no por el interés, sino por el capital. Seguramente la codiciosa fémina desconocía el admonitorio dístico que dice: "No te cases con viejo por la moneda. / La moneda se acaba y el viejo queda". El provecto señor se dirigió a su desposada: "¿Algún día llegarás a amarme, Avi?". Contestó ella: "Creo que podré llegar a apreciarlo bastante, don Gerito. El problema es de cuánto tiempo disponemos". Un amigo de Babalucas le preguntó: "¿Cómo te fue anoche?". "No muy bien -respondió él, mohíno-. En el Bar Ahúnda conocí a una linda chica que me invitó a acompañarla a su departamento. Ahí nos tomamos un par de copas y bailamos música romántica. Luego ella fue a su recámara, regresó vestida con un negligé y apagó la luz". "¡Caramba! -exclamó entusiasmado el amigo-. Y tú ¿qué hiciste?". "Me fui a mi casa -contestó el badulaque-. Seguramente la chica estaba ya cansada y quería irse a dormir. Sé interpretar una indirecta". (Alguien le dijo a Babalucas: "Merece gloria el hombre que inventó la rueda". Acotó él: "Mayor gloria merece el que inventó las otras tres"). Se llamaba Frinesia. El nombre cuadraba bien con su conducta, porque era de cuerpo generoso: a ningún hombre negaba jamás el agua de su fuente, como diría don Pastor Cervera, gran trovador yucateco. Cierto día la pecatriz estaba yogando con un tipo en la sala de su casa -la casa de ella-, pues el ardimiento pasional les llegó tan repentinamente que no pudieron esperar a ir a la alcoba. A nadie debe sorprender esa premura. En la película "Atracción fatal" (1987) una calenturienta Glenn Close y un cachondo Michael Douglas hacen el amor en la cocina de la seductora mujer, ella recostada sobre un mueble, entre ollas y cazuelas, él de pie, en los tobillos el pantalón y lo demás. Incómoda postura, sí, pero la urgencia era bastante. "Para estornudar, calzonear y follar no se puede uno esperar". Jamás pensó él en las complicaciones que esa aventura le traería. Es conocida la historia, quizá apócrifa, según la cual el Creador le dijo a Adán: "Tengo dos noticias para ti, una buena y una mala. La buena es que voy a ponerte dos órganos maravillosos: el cerebro y el pene. La mala es que no podrán funcionar los dos al mismo tiempo". Tras ver aquella película de trágico final provocado por la incauta aventura del protagonista, un cierto amigo mío dijo al salir del cine: "No vuelvo". A su esposa le agradó mucho el comentario, pues su marido era hombre casquivano proclive a incurrir en infidelidades. Pero en seguida él completó la frase: "No vuelvo. a venir al cine". Advierto sin embargo, que estoy divagando. Toda la vida me la he pasado en eso, de modo que no es rara la extensa digresión. Vuelvo al relato. En su propia casa doña Frinesia se estaba refocilando con un sujeto sobre la otomana de la sala. No se usa ya ese término, "otomana". Servía para designar a un diván largo, sin brazos ni respaldo. De repente, en pleno erótico deliquio, la mujer le hizo una rara pregunta al follador: "¿Has vendido seguros de vida alguna vez?". "Nunca" -respondió con extrañeza el tipo. "Pues vístete rápidamente y empieza a venderme uno -le indicó doña Frinesia-. Acaba de llegar mi marido. Está metiendo el carro en la cochera y no tarda en entrar". FIN.