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Terror y encajes negros

Esta película dirigida por Luis Alcoriza muestra las diversas dimensiones del machismo en México, en este caso, en las altas esferas de la sociedad.

Terror y encajes negros

Terror y encajes negros

ALEJANDRO FIGUEROA MORENO

Cine atemporal para ver una y otra vez. Película presente en los Premios Ariel, con Maribel Guardia nominada a Mejor Actriz por su papel de Isabel Martínez “Chabela”, Claudia Guzmán interpretando a Coquis y galardonada por Mejor Coactuación Femenina, así como Pedro Plasencia nominado a Mejor Música. 

Bajo la dirección de Luis Alcoriza, cineasta español y nacionalizado mexicano, el filme Terror y encajes negros (1986) pone de manifiesto las condiciones degradantes a las que eran —y siguen siendo— sometidas en nuestro país las mujeres de estrato social indistinto, desde el ninguneo sutil hasta los tratos brutales, llegando al feminicidio. 

Hay de todo, desde drama hasta suspenso y terror psicológico. Empecemos por Chabela, joven bella que despierta suspiros a su paso. Para su esposo, interpretado por Gonzalo Vega, ella es un trofeo que mantiene encerrado en un gran penthouse de la Ciudad de México. La terraza de lujo con vista panorámica, las amenidades, el camastro para tomar el sol y el desayunador con sombrilla no compensan las restricciones que la mujer sufre a causa de su ultraceloso y machista hombre. No puede salir a la calle y tiene que resignarse a pasar sus días en una “jaula de oro”. 

A Chabela le han cautivado esas prendas sexis que le recetan las revistas de moda y sueña con vestir alguna de ellas, encajes negros en especial. Sabe que irían muy bien con su escultural cuerpo, pero conociendo a su media naranja, intuye algo y teme el rechazo de su parte. 

Pero aficionada también a los horóscopos de las revistas, la joven se topa un día con el consejo de cumplir con “ese capricho que tanto desea” y esa es razón suficiente para decidirse a comprar lo que se ha convertido ahora en un fetiche: su prenda despierta-pasiones. 

EL MACHO 

Desayunando huevos rancheros en la terraza, Chabela confiesa que se siente como león enjaulado y que ya no puede soportar más el encierro. Empiezan los reclamos y el marido no concibe semejante arrebato, no si la tiene viviendo como reina. La insistencia de salir a la calle despierta las sospechas del macho, quien para amedrentarla, saca de entre sus ropas su pistola para poner un “hasta aquí” a esa situación. 

Mientras le apunta con el arma, le recita todo lo que ha hecho por ella, como darle su apellido, por ejemplo. “Jálale a esa mugre”, atina ella a pronunciar en un acto de hartazgo y valentía. Es: o recibir un plomazo o convencerlo de que la deje hacer lo que una mujer decente, tal como ir de compras o al cine. Él cede, se calman los ánimos y le regala un par de billetes, para que se compre lo que quiera. “Nomás regrese pronto”, le advierte. Eso le deja un sabor amargo a la joven, pero cuenta con el permiso de su hombre y eso ya es ganancia, aparentemente. 

Aunque Chabela se compra el tan ansiado negligé importado, declina la idea de enseñárselo a su pareja en la intimidad y es que al mostrárselo primero a Coquis, la muchacha del servicio, esta le comenta que esa prenda no es para maridos. 

En una de esas salidas y caminando por la zona rosa, a Chabela se le atora uno de sus tacones y va a dar al suelo. En su ayuda acude Rubén (Jaime Moreno), todo un don Juan, quien le da la mano y se hacen amigos. Hay atracción mutua. Él, atlético, se sabe de buen ver. 

Luis Alcoriza no escatimó en locaciones ni en situaciones. A Rubén y Chabela se les puede ver platicando en un bar muy exclusivo, en una plaza muy mona tomándose fotos o bien, recorriendo una avenida en un auto deportivo. Por otro lado, las oficinas donde trabaja el celosísimo marido que telefonea a Chabela para ver si ya llegó, porque sus salidas se han hecho más frecuentes. 

Sin embargo, tiene que interrumpir la llamada ante la entrada intempestiva de su compañero de trabajo, ya que su superior lo busca y está “como tigre”. El director recurre a la comedia y lo pone ahora a él en situaciones humillantes. Parecería decirnos: “Para que vea lo que se siente”. Muy salsa con la esposa, pero agachón con el jefe. 

En esta historia, la fidelidad por parte del personaje de Maribel Guardia se pone en juego y está a punto de ceder ante las intenciones de su nuevo amigo, quien muy avezado le va endulzando el oído poco a poco. Para él, sería una conquista pasajera más en su lista. Logra convencerla de que se vean en el departamento de él y no en un lugar público, aprovechando que el marido se fue de viaje de trabajo y ella está sola. 

EL ASESINO 

Al mismo tiempo, nadie sospecha que una tragedia se cierne en el edificio de Chabela. Uno de los inquilinos, César (Claudio Obregón) es un músico ejemplar ante los ojos de la sociedad, pero veladamente es un agresor de mujeres a quienes trasquila con tijeras para acrecentar su colección de trenzas y mechones largos de cabello que guarda en un clóset. De vez en vez, se recuesta en su cama boca arriba y se coloca alguno en el rostro, para imaginarse quién sabe qué.

César ya había refrenado sus bizarros impulsos en su entorno más cercano, para no ser descubierto con facilidad, pero Coquis, quien le cocina su arroz y verduritas, termina alborotándole la hormona cuando luce su cabello suelto sin que él esté acostumbrado a verla así. Primero la reprende por no acatar sus instrucciones de traer siempre el pelo recogido. Minutos después, la muchacha sabría la razón de tal exigencia: en un dos por tres le da el tijeretazo. Al músico no le queda de otra más que eliminarla con el golpe contundente de una plancha antigua que está a la mano. Piensa envolver su cuerpo en una alfombra y sacarla de ahí cuanto antes. 

Pero la suerte no le sonríe al asesino. Se topa con Chabela en pleno elevador, quien horrorizada reconoce a Coquis. Así comienza la pesadilla. La testigo es perseguida por un César fuera de sí, con los ojos inyectados en sangre, quien no parará hasta silenciarla. Nadie escucha sus gritos desgarradores pidiendo auxilio porque en uno de los departamentos donde viven tres jóvenes solteras (Olivia Collins, Gabriela Goldsmith y Martha Ortiz) tienen tremendo fiestonón, con la música a todo volumen. 

La cacería se extiende por un buen rato. El agresor, con hacha en mano, nos recuerda al personaje Jack Torrance, interpretado por Jack Nicholson en la cinta El resplandor (1980) del director Stanley Kubrick. 

César quiere darle cran a toda costa a la mujer, que se halla en el paroxismo del terror, ya despojada de sus prendas para quedarse solamente en lencería de encajes negros, luego de un intento por ser auxiliada aventando su ropa desde el techo. ¡Alguien que notara desde abajo que algo no estaba bien y volteara para arriba! 

Chabela logra refugiarse en el departamento donde se lleva a cabo la fiesta, pero aún ha de enfrentar a su marido, cuyo viaje de trabajo frustrado por llegar tarde al aeropuerto hace que regrese y vea a su esposa en condiciones deplorables. Eso sí, muy sexy. 

No le cree por lo que acaba de pasar y menos porque está semidesnuda y con aliento alcohólico. Momentos antes le habían dado un trago para el susto. 

Terror y encajes negros tiene mucho de otras cintas de Luis Alcoriza: su invitación a la reflexión de la vida de muchas mujeres en México. Si bien es una expresión de lo indignante del maltrato y la humillación, por otro lado deja entrever otras dinámicas de vida que reflejan el bienestar: no dejarse mangonear por un tipo machista y el derecho a un empleo bien pagado —la fiesta de las muchachas era para celebrar un aumento jugoso de sueldo—. 

En un tinte jocoso, la tortilla da vuelta y en un diálogo entre ellas, las solteras se burlan del marido de Chabela quien no deja de verlas con ojos de cordero a medio morir, mientras intenta halagarlas con obsequios. Ellas saben de sus intenciones y se mofan a sus espaldas, al decir que en una de esas “se lo sortean” entre las tres. 

Así es Luis Alcoriza y su cine. Algo para reflexionar. 

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Escrito en: Alejandro Figueroa Terror y encajes negros Luis Alcoriza Maribel Guardia cine mexicano

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